Los muchachos de zinc. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán. Svetlana Alexiévic

Los muchachos de zinc un libro de Svetlana Alexiévich
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Publicada por primera vez en 1989 en la URSS bajo el título Цинковые мальчики (Cínkovie málchiki) y actualizada en 2007, Los muchachos de zinc (Voces soviéticas de la guerra de Afganistán) llega a mis manos a través de la editorial Penguin Random House Grupo Editorial en su Edición de Bolsillo, concretamente la primera, de junio de 2017, traducida por Yulia Dobrovolskaia y Zahara García González.

Svetlana Alexiévic es una periodista, escritora y ensayista de origen bielorruso. Se licenció en la universidad de Minsk y ha recibido numerosos y prestigiosos premios debido a su trabajo. Entre ellos, el Nobel de Literatura en 2015 «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje de nuestro tiempo». Entre sus obras, podemos encontrar: La guerra no tiene rostro de mujer, Voces de Chernóbil y Últimos testigos.

Las obras de Alexiévich, se caracterizan por la exposición de diferentes testimonios recogidos directamente de los supervivientes, descendientes o progenitores de aquellos que vivieron, murieron y sufrieron los acontecimientos históricos de los que trate su trabajo. En este caso, la autora se centra en setenta testimonios de aquellos soviéticos que sufrieron de manera directa o indirecta la Guerra de Afganistán, un tema que, si bien es actual, para muchos, nos es completamente ajeno y desconocido.

El soldado ruso es el más barato del mundo. […] No está equipado ni protegido. Es material consumible.

Cabo, auxiliar sanitario de compañía de reconocimiento.

Denominada guerra ruso-afgana o afgano-soviética. Este conflicto transcurrió entre abril del 78 y abril del 92, donde se enfrentaron las fuerzas armadas de la República Democrática de Afganistán, apoyadas por el ejército soviético, contra los insurgentes muyahidines (guerrilleros afganos islámicos). Este conflicto es considerado como parte de la Guerra Fría, ya que, a pesar de que el estado soviético se retiró oficialmente de él en 1989, los enfrentamientos entre los insurgentes y las tropas soviéticas no acabaron hasta la disolución de la URSS en abril de 1992.

Con este panorama, no es difícil hacernos una idea acerca del tipo de testimonios que vamos a encontrarnos en esta obra. Sin embargo, hasta que no buceamos entre sus páginas y analizamos con tranquilidad, no podemos ver lo hondo que este conflicto ha calado entre los supervivientes y sus familiares.

Los muchachos de zinc está dividido en cinco partes:

La primera, denominada “De las libretas de notas (en la guerra)” donde la escritora nos cuenta lo que significó para ella escribir acerca de la guerra y lo difícil que se le hace repetir dicha tarea. Nos muestra su conflicto interno y cómo finalmente, decide seguir adelante. Habla también de lo que ve, lo que recuerda y lo que siente durante el mes de septiembre de 1988. Año en el que comienza la documentación y creación de esta obra.

En las siguientes páginas, particionadas en Tres Días, la escritora nos ordena los testimonios recogidos directamente de los labios de aquellos que, ya sean supervivientes o familiares, han sufrido los estragos de aquella guerra y de los que hablaremos un poco más adelante.

A matar se tiene que aprender.

Soldado, fusilero.

«Post mortem», es la cuarta parte donde podemos dar con los nombres y fechas de de-función de algunos soldados cuyas familias han prestado sus recuerdos y el permiso para publicar sus nombres.

Como cierre, encontramos algunos de los documentos y transcripciones de los juicios a los que se sometió tanto la escritora como su trabajo entre los años 1992 y 1993.

Siento nostalgia… Es el síndrome “afgano”…

Capitán, artillero.

Los muchachos de zinc nos mueve entre los diferentes testimonios y sentimientos de: madres, enfermeras, empleadas, soldados, altos cargos militares… Todos y cada uno de ellos tiene una visión única y diferente a pesar de haber vivido la misma guerra, de haber sufrido los mismos males. Algunos hablan con una dureza que puede helar la sangre del lector, otros, con una delicadeza que nos hace llorar. Un libro, desde mi humilde punto de vista, sin parangón. Una obra que te hace ver el mundo de la guerra desde otra perspectiva diferente a la acostumbrada: la más humana.

Una visión personal e íntima de todo cuando ronda por la mente rota de aquellos que no tuvieron más remedio que matar para poder sobrevivir. Esta obra nos transporta hasta lo que, en ocasiones, se nos puede tornar un mundo surrealista, sin embargo, es lo que podemos denominar, la locura de la guerra. De todos y cada uno de los testimonios podemos aprender algo. Todos, sin excepción, nos hace sentir lástima por aquellos que no tuvieron opciones y rabia por los que, a sabiendas, los enviaban a un país extranjero a morir sin remordimiento alguno.

»La veo en mis sueños y me digo: “Voy a darle un beso, si no está fría, entonces, es que está viva”.

Madre

Svetlana trascribe con maestría, mimo y, sobre todo, con respeto, cada una de las palabras que los testigos le regalaron. Con este libro, el concepto de la guerra que tenemos en mente aquellos que no la hemos vivido, cambia radicalmente.

A pesar de haber leído bastantes ensayos y crónicas sobre la guerra, siempre había visto los testimonios como algo alejado en el tiempo. Algo que se ha emborronado y que ha llegado a mis manos como una milésima parte de lo que realmente era, de manera que, por mucho que yo lo intentase, jamás podría hacerme una idea. Sin embargo, los testimonios que se presentan en esta obra son de excombatientes y familiares que siguen con el día a día de sus vidas. Muchos de ellos apenas superan los cincuenta años y, sabiendo esto, hace que toda la fuerza que el texto desprende se multiplique de manera notable.

Con esta obra he pasado de sentir rabia e importancia a llorar sin más. Pocos libros me han hecho sentir tanto con tan pocas palabras. Y no sólo por el hecho en sí de ser testimonios reales, sino por la manera que esta autora tiene de captar la atención del lector, de llegar a los parajes escondidos de la conciencia.

Morir es tan sencillo. Matar es más difícil.

Mayor, comandante del batallón.

Poco más puedo decir acerca de esta obra, salvo que es mejor leer y juzgar por uno mismo. Ya que, considero que todo lo que este libro nos transmite variará en función de lo que cada persona haya experimentado en la vida. Creo que no se empatiza de la misma manera con una persona que ha perdido un hermano si nosotros no lo hemos perdido. Nuestros sentimientos serán más fuertes y conectaremos de manera diferente cuando hemos pasado por una experiencia similar. Por esta razón considero que esta obra debe ser leída, no se puede mostrar una idea de lo que se puede uno encontrar en ella, ya que, como he mencionado, la escritora sabe llegar y tocar la conciencia personal de cada uno con sus palabras.

Ellos siempre gritaban lo mismo: “¡Mamá!”. No se oía otra palabra…

Enfermera.

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Autor: Berta B.M.

Lectora voraz, amante del género noir y escritora de romance.

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