Reseña epistolar de El monstruo pentápodo, Liliana Blum

4.7
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Querida Liliana:
Te leí finalmente. Tengo entre mis manos El monstruo pentápodo, una novela que te publicó Tusquets en 2016. Hay tantas ideas arremolinándose en mi cabeza para escribir, que no sé por dónde comenzar.

Ahora mismo me acuerdo de cuando entré a la universidad a estudiar Letras y los maestros se afanaban en enseñarnos a usar notas al pie, recurrir a la crítica literaria para respaldar nuestros argumentos —como si lo que pensáramos fuera insostenible y tuviera que venir una autoridad a darnos el visto bueno de tal o cual elemento narrativo—, entonces no me atrevía a hablar de nada, porque parecía que ya todo estaba dicho en el canon de la Literatura. Ahora mira, te estoy escribiendo una epístola para hablar de tu novela; lo hago porque dan ganas una vez que se termina el capítulo al que nombraste “Gnomo”, en la página 237.

reseña del libro Monstruo pentápodo de Liliana Blum

No miento si digo que la hojeo y veo mis anotaciones, los subrayados, las marcas que usé para no perderme en el pantano que generas al contar un hecho tan atroz como el de la pedofilia. Te vales de un diario y cartas para delinear al monstruo que es Raymundo Betancourt, al que le gustan las niñas “de los cinco a los nueve años: niñas auténticas, no bebés grandes ni mujercitas en proceso”. Mira que atreverte a contar una historia así es martillar la consciencia de todos aquellos que han pensado en hacer lo que este villano hizo: abusar de un ser indefenso.

Raymundo un (¿buen?) día decide secuestrar a la niña perfecta que descubre en sus paseos ociosos a las diversas primarias —púbicas y privadas— de Durango, Cinthia se llama, a quien persigue obsesivamente. Esa no era la primera vez que lo hacía, ya antes había tenido en sus manos de sapo a Norma, una niña que debió matar porque era su primera vez y no sabía cómo actuar ante los llantos, la suciedad del encierro y los moretones que deja el abuso. Borrón y cuenta nueva. A otro proyecto.

Durante su cacería, este ingeniero civil (que previamente ha adecuado el sótano de su casa para recibir a la niña), comete el error de seguir a Cinthia a sus clases de natación recurrentemente. Es notoria su presencia en el lugar debido a que siempre llega y se va solo, por lo cual, los padres se le van encima, pues advierten que es un enfermo que únicamente va a ver a sus hijas. Sin embargo, Aimeé, una enana que trabaja en la escuela de natación y que también ha visto al descocido, sale en su defensa argumentando que lo conoce y sólo asiste porque su hija acaba de morir. Todo es una mentira que ella urde porque le simpatiza aquel hombre que tiene un dejo de amabilidad con ella. Él la invita a salir, a modo de agradecimiento, y a partir de entonces entablan una relación enfermiza: ella busca amor y hace cualquier cosa por conseguirlo; él, a su vez, ofrecerá “afecto” con tal de que le ayude a sus planes de pedofilia.

Aimeé se convierte en la voz que describe cómo se gestó el rapto mediante un diario que escribe por recomendación de la psicóloga que la trata (y las cartas que le escribe a Raymundo) en la prisión, porque ella es cómplice de lo que hizo aquel monstruo.

Este sociópata, Raymundo, inició su gusto por las niñas con Julia, su hermana menor, cuando la bañaba y “los dedos jabonosos del hermano mayor se internaron en su vulva”. Es horroroso, pero las estadísticas señalan que los mayores abusos suceden por gente cercana a la familia o en la familia misma. Indigna, pero es verdad; nos quitas una venda de los ojos, tomas al toro por los cuernos y denuncias. No exageras, presentas muy bien a los personajes: una niña (la cual representa a todas las niñas inermes ante la lascivia de los pedófilos) que es abusada por un monstruo; una madre, Susana, devastada por la desaparición de su hija a plena luz del día; una enana que se debate entre lo correcto y lo incorrecto con tal de tener la atención de alguien que por primera vez parece verla como una mujer y no como un personaje circense; un perro que se llama Isidro y sirve como carnada para atraer a las “niñas”; Julia, la hermana, que es gorda y tiene dos hijos a los que Raymundo usa, porque al salir con ellos tiene plena libertad de ver a las niñas en las plazas sin que la gente a su alrededor sospeche.

Esta no es tu primera novela, Liliana, comenzaste con La maldición de Eva (2002) y después ¿En qué se nos fue la mañana? (2007), Vidas de catálogo (2007), El libro perdido de Henrich Böll (2008), Yo sé cuándo expira la leche (2011), No me pases de largo (2013), Residuos de espanto (2013) y Pandora (2015). Ojalá más gente te lea, aunque presiento que muchas veces van a desear nunca haberlo hecho.

En tu narrativa no valen los premios, las generaciones, las máscaras, demuestras que sabes lo que haces cada que tecleas en la computadora o redactas ideas en tu libreta. ¿Eres de Durango, verdad? ¿Del 74? Qué pena, ojalá no te moleste que ande diciendo tu edad, no intento evidenciarte. Espero todo vaya bien en Tampico y sigas animosa con los proyectos de novelas que te quedan muy bien. Prometo hacer una nota como Dios manda y publicarla pronto.

Hasta siempre,
Roberto Feregrino

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