Acerca del cuento “Los Cenci” de Stendhal

Los Cenci - un cuento de Stendhal
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El arquetipo de Don Juan es tomado como punto de partida en el cuento Los Cenci de Stendhal. No sería el don Juan de Moliére (1665), ni el presunto don Juan original de Tirso de Molina (que aparece por primera vez en la obra El burlador de Sevilla en 1630), ni el don Juan de Mozart, sino un italiano, el que, por primera vez, encarnaría el arquetipo de don Juan. Stendhal advierte que tiene a su disposición dos “retratos” de don juanes italianos del siglo XVI, pero que la hipocresía y mojigatería de su época solo le permite enseñar uno. Ese sería Francisco Cenci (Francesco Cenci), un personaje histórico de finales del siglo XVI; él presentaba ese carácter singular propio del mito; era un don Juan romano, mujeriego, aristócrata, transgresor y criminal. No obstante, el verdadero protagonista del cuento es su hija, Beatriz Cenci (Beatrice Cenci), condenada al suplicio por el crimen de parricidio.

Edición consultada:
Stendhal. Relatos. Biblioteca básica Salvat RTV, 1970

Stendhal inicia el cuento resaltando que el arquetipo transgresor de Don Juan no podía tener lugar en la antigua Grecia. “Yo no creo que el don Juan ateniense pudiera llegar al crimen tan fácilmente como el don Juan de las monarquías modernas” (1970: 42) dice. Simplemente porque en la Grecia clásica no se prohibía el placer por el placer ni cierta corrupción del individuo siempre que no afectara a los demás; en contraste, en la Europa del Renacimiento, la transgresión propia del don Juan es posible solo gracias a la censura moral y el sentimiento de culpa de una sociedad católica: “atribuyo a la religión cristiana la posibilidad del papel satánico de don Juan” (1970: 42).

Afirma Stendhal que hay que agradecer a la religión cristiana la aparición de los “sentimientos delicados” y hablar sobre la “igualdad de las almas”. Quirúrgicamente, señala Stendhal que en Italia en el siglo XVII “una princesa decía, tomando con delicia un helado la noche de un día muy caluroso: ‘¡Qué lástima que esto no sea pecado!’” (1970: 44). Ese sentimiento, según Stendhal, revela la esencia del carácter de don Juan. El placer del pecado como construcción cultural y emocional de la moral cristiana.

Reflexión de Francisco Cenci

“La voluptuosidad de tener una amante monja”

En ese orden de ideas, Stendhal cita al autor napolitano Dominico Paglietta, de quien no he encontrado huella en Google, y que habría exclamado: “¿Acaso no es nada desafiar al cielo y creer que el cielo puede en el mismo momento reducirnos a cenizas? De aquí la suma voluptuosidad, dicen, de tener una amante monja, y monja piadosísima, que sabe muy bien que peca y pide perdón a Dios con pasión, como con pasión peca” (1970: 44)

Una “literatura histórica”

En este cuento el autor afirma haber conseguido unos documentos históricos en los que consta el caso de aquel Francisco Cenci y que el relato es la transcripción de esa noticia: “Aquí se expone en todo su horror el triste papel del don Juan Puro” (1970: 47). Los Cenci son una familia histórica de Roma, Francisco y su hija Beatriz, su impactante belleza, los crímenes, las condenas, los suplicios y el fuerte impacto de todo esto en el pueblo romano de la época, son hechos reales. El autor del relato afirma haber trabajado sobre eso documentos, descifrando, explicando y divulgando lo que ha encontrado. Su papel es casi de traductor cultural, trayendo a los lectores del siglo XIX un suceso, un tanto sensacionalista, del siglo XVI. Para quienes han leído la obra de Jorge Luis Borges, leer Los Cenci tiene que hacer reconocer la influencia de Stendhal sobre él.

Francisco Cenci, don Juan, monstruo

El relato te sumerge en el contexto de la aristocracia romana del siglo XVI. Francisco Cenci había heredado su fortuna de su padre el Monseñor Cenci, tesorero en el reinado de Pio V. “El menor vicio de Francisco Cenci fue la propensión a un amor infame; el mayor, no creer en Dios. Jamás se le vio entrar en una iglesia” (1970: 50).

Poco a poco, Stendhal va dando a conocer a Francisco Cenci: su mayor vicio, su mayor placer, que era desafiar a sus enemigos, tenía un odio contranatural contra sus hijos, a sus dos hijos los tundía a palos, osaba viajar solo porque todos temían su criminal represalia, y a su hija Beatriz la retuvo prisionera en su palacio desde sus 14 años. Desde entonces es cuando él se “enamora” de ella. Violarla era solo uno entre diversos e inahuditos excesos cometidos en el palacio de Petrella. Francisco Cenci es un monstruo, pero Stendhal no usa esta palabra al inicio de la descripción, sino mucho después, la va construyendo descripción por descripción, poco a poco, pescando la curiosidad del lector y revelando cuán desdeñable y merecedor de su destino es este personaje.

Por el contrario, no escatima adjetivos para subrayar la belleza de Beatriz Cenci. Cita el conocido retrato de Beatriz, atribuido a Guindo Reni. Como en otros relatos de Stendhal, la protagonista aquí es bella, adorada, respetada, diferente, única en su estirpe, encantadora. Aunque en contextos diferente, adjetivos similares acompañan a sus otros personajes mujeres en cuentos como Victoria Accoramboni, Mina de Vanghel, Vanina Vanini, Inés en el cuento El arca y el aparecido y Leonor en el cuento El filtro.

Finalmente, Beatriz y su madrastra Lucrecia conspiran para que Olimpio y Marcio, dos vasallos, acaben con la vida de Francisco. Logran adormecerlo con opio y así vencido, ellos le clavan un clavo en el ojo y otro en el cuello. Monsignor Guerra, un amigo y admirador de Beatriz, manda a matar a estos dos vasallos para impedir que alguno confiese su crimen. Desafortunadamente, solo logra acabar con Olimpio. Marcio, detenido por la justicia, confiesa todo. Pero la palabra de Beatriz vale más, y la confesión de Marcio cae en saco roto.

La justicia logra capturar al asesino de Olimpio, quien confiesa todo y despeja las dudas sobre los culpables de la muerte de Francisco Cenci. El papa Clemente VIII, al igual que su predecesor, Sixto V, regía con mano dura. Tras la obligada confesión de Beatriz, Lucrecia y los hermanos de Beatriz, el papa los condena a muerte por parricidio. Solo el hermano menor, Bernardo Cenci, fue perdonado. La muerte de Beatriz, un espectáculo como lo eran los suplicios, fue seguida por el pueblo de Roma, que murmuraba admiración y compasión por la hermosa joven.

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Autor: Julián Bueno

Escribir reseñas y análisis de libros es una manera de volver a ellos a través de nuestros apuntes. En Lectura-abierta.com todo el mundo está invitado a publicar sus experiencias de lectura. Soy antropólogo y consultor digital, me interesan los contenidos en internet, la literatura, la filosofía y el arte.

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