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La Inteligencia de las Flores es un libro de Maurice Maeterlinck, uno de los grandes escritores belgas (1862 – 1949), premio novel de literatura en 1911. También es conocido por sus obras en el teatro simbolista y su influencia sobre el modernismo español. Este comentario al libro «La Inteligencia de las Flores» es más que una reseña del libro, es una breve reflexión sobre su contenido y su efecto sobre nosotros, los lectores.
La Edición que leí es:
La Inteligencia de las Flores. Maurice Maeterlinck. Ediciones Nuevo Siglo. Argentina. 1997
De entrada, el título de esta obra cuestiona lo que entendemos comúnmente por «inteligencia». Al leerlo, a casi todos nos asalta una idea tan polémica (o tan poética) como la inteligencia de las flores. ¿Acaso es posible que las flores tengan inteligencia?
Es un acierto y un reto afirmar que la inteligencia no es una propiedad exclusiva del ser humano, o de los animales, o de los cerebros, sino que también está en el reino vegetal. Maurice Maeterlink, un ávido observador, comparte su reflexión en este libro. Su idea principal es que hay una inteligencia que recorre a las plantas; se trata de la misma inteligencia que recorre a los animales y a todo el universo.
El veganismo y la inteligencia de las flores
Extrañamente, incluso bizarramente, «La inteligencia de las flores» me hace pensar en algunos compañeros veganos, los cuales han subrayado la diferencia entre plantas y animales con base en la presencia o no de un sistema nervioso central. Una vez escuché a una joven vegana defender que se pueden comer espinacas porque no tienen sistema nervioso central, ni inteligencia, ni carne, ergo no sufren.
Afortunadamente, el veganismo no se funda en ese principio, sino en otro basado en la alimentación. No obstante, vale la pena decir que tal vez las plantas no «tienen» inteligencia, sino que, diría Maeterlinck, hay una inteligencia universal que también recorre al mundo vegetal; tanto como recorre al mundo animal.
Una cita textual del libro acerca del fruto y la flor expone claramente la anterior idea: «El envoltorio azucarado es tan inútil para la semilla como el néctar, que atrae a las abejas, lo es para la flor. El pájaro se come el fruto porque es dulce y se traga al mismo tiempo la semilla que es indigestible. El pájaro vuela y devuelve poco después, tal como la recibió, la semilla desembarazada de su vaina y dispuesta a germinar lejos de los peligros del lugar natal» (1997: 11)
Una educación sobre las flores
La actual educación básica primaria también nos aleja de la posibilidad de aceptar una inteligencia de las flores. Poco o nada asociamos la inteligencia con la vida vegetal, según los paradigmas conceptuales de la sociedad occidental. Para muchos, esta idea no pasa de ser un simple disparate. Una lástima pensar así…
Habría que preguntarle a observadores de talla semejante a la de Maurice Maeterlink cómo siguieron o descubrieron algún rastro de inteligencia en las plantas. Dice el nombrado autor que esa forma de vida tan distinta, que confina a las plantas a no desplazarse, las ha llevado a “inventar”, a desarrollar mil y una estrategias para lograr su fin: reproducirse para poblar el mundo.
La granadilla y su arquitectura
A los pocos días de estar leyendo el texto mi mirada sobre las plantas se vio afectada. Lo primero que descubrí fue la arquitectura de la granadilla; por fuera es redonda, anaranjada y con pecas, pero por dentro se descubre una infraestructura maravillosa, tiene unas columnas curvas de estilo gótico, impresionantes, que hacen resistente al fruto gracias a su forma redonda.
Todos nuestros motivos arquitectónicos y musicales, todas nuestras armonías de color y de luz, etc., son directamente tomadas de la naturaleza.
Maeterlinck
Correspondientemente a las partes donde se hallan las columnas interiores, en la superficie, no hay pecas…Y así, con un poco más de atención sobre estos seres maravillosos se nos revela lo que el autor quería enseñar, una fuente de asombro infinita, una fuente de aprendizaje inagotable. (Un punto a profundizar es la proporción áurea en los pentágonos de las flores, en las plantas y en los fractales vegetales).
Una inteligencia magna
Me ha asombrado sobremanera el texto. El nivel sobre el cuál Maeterlinck hace sus reflexiones es un nivel muy profundo. Dice que dejando de lado la arrogancia humana, tan propia de la ciencia y del progreso, se alza una pregunta, o más bien una sensación acerca de la inteligencia, la cual confirma que hay una inteligencia magna que atraviesa a todos los seres.
Afirma: «Se me figura que no sería muy temerario sostener que no hay seres más o menos inteligentes, sino una inteligencia esparcida, general, una especie de fluido universal que penetra diversamente, según sean buenos o malos conductores del espíritu los organismos que encuentra. En tal caso, el hombre sería hasta ahora, en la tierra, el modo de vida que ofrecería menor resistencia a ese fluido que las religiones llaman divino. Nuestros nervios serían los hilos por donde se distribuiría esa electricidad más sutil. Las circunvoluciones de nuestro cerebro formarían en cierta manera la canilla de inducción en que se multiplicaría la fuerza de la corriente; pero esta corriente no sería de otra naturaleza, no procedería de otro origen que lo que pasa por la piedra, por el astro, por la flor o por el animal» (1997: 67)
Al parecer, la idea de unidad en el autor está presente en sus obras. Además de una poesía inmensa. Por ejemplo, explica cómo el dulce néctar es tan solo un anzuelo que imanta insectos para que una flor envíe besos a sus amantes lejanos, besos encubiertos en granos de polen… Tanto la carne del fruto para la semilla como el néctar para la flor, son inútiles, no sirven más que atraer, no más que para pescar mensajeros, no más que para usarlos.
Dramas mudos, dice, demasiado largos y extensos vive el mundo vegetal como para que nuestra comprensión logre cobijarlos.
Maeterlinck
Dramas mudos, dice, demasiado largos y extensos vive el mundo vegetal como para que nuestra comprensión logre cobijarlos. Y es que las plantas son seres que nos llevan mucha ventaja en cuanto a tiempo de vida evolucionando… Queda abierta la pregunta de aceptar a las plantas como seres nerviosos…
Tanta creatividad vio Maeterlinck en las soluciones de las flores para impregnar a sus visitantes de polen y recibirlos, en una delicada armonía de reproducción, que se pregunta si acaso seremos capaces de inventar algo similar alguna vez…
Qué profundo, qué percepción del misterio, qué sensibilidad la de Maurice Maeterlinck. Un genio, una inteligencia general que está en toda la naturaleza es la que obra a lo ancho del mundo y el universo, dice. Debe ser el ser humano en donde esas fibras de inteligencia universal cobran una especial relevancia, una especie de fluidez de la divinidad, dirían las religiones.
Después de hablar sobre las flores, el libro salta a contarnos acerca de la belleza interior, la belleza del alma, la belleza que es su lenguaje, y el amor el canal por el cual la belleza puede subir a la inteligencia. Y el instinto como esa parte salvaje, más bien silvestre de la naturaleza humana que obra cuando la razón no puede, o no debe.
«Una cosa bella no muere sin haber purificado algo. No hay belleza que se pierda. No debe asustar el sembrarlas por el camino. Allí permanecerán durante semanas, durante años; pero no se disuelven, como no se disuelve el diamante, y alguien acabará por pasar que las verá brillar, que las cogerá y se marchará contento» (1997: 108)
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