Acerca de «Ojos de la noche» de Carlos Ernesto Cabrera Miranda

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La obra Ojos de la noche, del escritor peruano Carlos Ernesto Cabrera Miranda, es mucho más que un conjunto de relatos fantásticos. Es una invitación a mirar de nuevo nuestras raíces, a escuchar esas voces antiguas que sobreviven en la memoria colectiva del Perú profundo. Con gran sensibilidad, el autor nos conduce por historias en las que lo mágico y lo sobrenatural no son solo relatos que intentan sobrevivir, sino caminos para hablar de emociones humanas intensas: el miedo, la soledad, el deseo, la culpa. Estas emociones, tan universales como íntimas, se entrelazan con mitos andinos, supersticiones locales y creencias populares que aún laten en el corazón de nuestras comunidades andinas.

Lo cotidiano y lo fantástico se funden en estos relatos de forma natural. A través de ellos, Cabrera Miranda muestra cómo la realidad puede transformarse en lo emocional y en lo espiritual cuando se abren las puertas a lo inexplicable y sobrenatural. Lo que parece normal se ve atravesado por presencias invisibles, señales del más allá o fuerzas que desafían nuestra lógica moderna. Y es precisamente en ese cruce de mundos donde la obra cobra su verdadera fuerza: al recuperar leyendas, temores y símbolos que rara vez aparecen en la literatura oficial y urbana, el autor da voz a una identidad cultural que muchas veces ha sido invisibilizada o marginada.

Ojos de la noche
Carlos Ernesto Cabrera Miranda
Diario Real – Ediciones & Comunicación.
Tercera edición, junio de 2024.
Número de páginas: 48 hojas ( pag.5- pag.93 enumeradas). 

Ojos de la noche no solo entretiene: también sana, recuerda y resiste. En cada cuento hay un gesto de reivindicación hacia lo andino, lo ancestral, lo marginal. Cabrera Miranda no escribe solo para contar historias; escribe para preservar nuestra cultura, para despertar preguntas, para recordarnos que lo misterioso también forma parte de lo que somos como pueblo. Por eso, esta obra se convierte en una experiencia literaria profunda, capaz de tocar al lector desde lo más hondo, y en especial a los jóvenes, quienes pueden descubrir en sus páginas una forma distinta de ver el mundo: una mirada que une pasado y presente, razón y mito, realidad y emoción.

Es un libro lleno de historias que, entre sus páginas, aguardan misterios mágicos con elementos fantásticos y sobrenaturales. Son relatos que plantean una reflexión sobre la conexión entre la realidad y los mundos alternos, y hacen voz del mundo andino desde lo misterioso, la superstición y lo metafísico. Estos fragmentos combinan lo cotidiano con lo mágico y nos muestran ciertos lugares y momentos en los que la realidad puede alterarse en lo emocional e incluso en lo espiritual, mostrando los diversos momentos en que la realidad se ve afectada por sucesos paranormales que pueden cambiar la percepción de lo que conocemos como normalidad o realidad.

Carlos Cabrera Miranda articula en sus cuentos la memoria colectiva de Cajamarca y el Perú profundo, recuperando mitos, leyendas y temores ancestrales que sobreviven en la oralidad de las personas y que rara vez se representan con profundidad en la literatura actual. Preserva la cultura marginada por la narrativa dominante. Esta obra no solo entretiene, sino que también ayuda a preservar la cultura ancestral, mostrando que lo misterioso forma parte de nuestra identidad como pueblo y cultura. Por eso, Ojos de la noche no es solo literatura fantástica, sino también una forma de resistencia cultural.

«¡Carajo! —exclamé con los ojos bien abiertos—, el medallón está derritiendo las monedas y las herramientas. Retiro de allí el retrato y los documentos para evitar que se manchen con ese fluido. Luego reviso a la momia. Había cambiado; la piel reseca y pegada al hueso parecía haberse rellenado, los ojos cerrados y hendidos recuperaban volumen de ojos vivos. Pasmado, atino a abrirle el manto; su sorpresa se tornó en espanto porque las manos, al igual que el rostro, parecían recuperar corpulencia; ahora las uñas eran garras. Peor aún, las manos que estuvieron juntas sosteniendo la hoz estaban separadas: la mano izquierda en el muslo y la derecha con la hoz, amenazante. El Graco dedujo muchas cosas rápidamente. Separó las herramientas que aún tenían metal: tazas y platos de fierro enlozado, también cucharas, cuchillos y utensilios de fierro; todo lo envolvió con un poncho y lo sacó a la chacra.» (Cabrera, 2018, pp. 10-11)

Al momento de profanar la tumba, Graco cayó en una maldición. El cuerpo de la momia, al quedar expuesto al mundo exterior sin ningún tipo de protección y al ser interrumpido su descanso perpetuo, empezó a regenerarse consumiendo los materiales, monedas y herramientas que fueran hechas de plata o hierro. Su cuerpo comenzó a cobrar corpulencia con ayuda del medallón en forma de corazón, que era la fuente o pieza con la maldición para regenerarla y devolverla a la vida.

El fragmento transmite una sensación de perturbación al orden natural, evidenciando que podemos dejar rastro o poder aun después de partir a otro plano existencial. La muerte, que debería ser definitiva, comienza a deshacerse cuando la momia empieza a cobrar vida, mostrándose como una amenaza directa para Graco, el protagonista, quien por exhumar la tumba cayó en una maldición.

¿Aquello que pensamos que ahora está descansando tal vez en algún momento regrese? La muerte es causa de muchas especulaciones; algunos dicen que el alma queda en este mundo sin causar mal a nadie, otros dicen que se duerme para siempre, pero ese tema está en controversia. Graco fue testigo de un evento paranormal que indica que la muerte no acaba. ¿Será que aún queda rastro de nuestra existencia?

Dicen los paisanos que algunas calles del pueblo roban a los transeúntes, los desorientan o los desaparecen. Hay un extraño fenómeno por el que, parece, se sintonizan el espacio, la mente, el tiempo y la realidad en una frecuencia etérica misteriosa y luego todo se configura en un mundo diferente. Cierta mañana, don Nicanor Espinoza fue a llevar algunos granos al molino de don Nicolás Sánchez, conocido como Shalalaj; el molino funcionaba cerca de la plaza de armas. Con él se tomaron dos copas de cañazo para cortar la mañana mientras hacían comentarios sobre las cosechas, el viento que corría como nunca y facilitaba la trilla, los peones que armaban fiesta con sus gritos en el ruedo de las mieses y los niños y mujeres en el gozo de acariciar el grano iluminado, haciendo como sus antepasados esa tarea de labriegos, faena interminable para la raza humana hasta el fin de los tiempos y como ellos decían:

«‘Sembraremos siempre, aunque llegue cualquier modernidad’.
Pasaron los minutos y el sol trepaba el horizonte. Don Nico se despidió y salió del molino; era casi las ocho de la mañana, las calles estaban desiertas, como es siempre en los pueblitos andinos. Avanzó unos cuantos pasos y sintió un leve mareo, cerró los ojos por unos instantes y, al abrirlos, se encontró de pronto en una calle desconocida.» (Cabrera, 2018, p. 32).

En este fragmento se relata cómo algunas personas que vivían en un pueblo andino, que no era muy poblado y cuyas calles eran silenciosas, experimentaban hechos místicos fuera de lo común que implican un misterio o un mundo paralelo. Nos narra la historia de un extraño fenómeno experimentado por el protagonista, don Nicanor. Después de haber llevado algunos granos al molino y compartido dos copas de cañazo con don Nicolás, la experiencia de don Nicanor refleja una especie de viaje interior, una conexión ancestral donde el sueño se vuelve un camino para acceder a verdades profundas, especialmente en lugares donde la tradición, la naturaleza y la memoria ancestral permanecen vivos. Resalta un fuerte vínculo con las raíces culturales y la resistencia a la transformación impuesta por el progreso.

Los relatos se transmiten de generación en generación; gracias a ello, hoy en día, como lectores, quedamos atrapados por estas historias. ¨Los senderos del sueño¨ nos genera la intriga de sí cada hecho ocurrido con el protagonista fue real o parte de una alucinación causada por el licor. Sin embargo, a través de estos relatos, el autor nos ofrece temas de costumbres y tradiciones por descubrir, con su profunda conexión a la cultura cajamarquina, donde lo cotidiano es una mezcla de lo fantástico y misterioso; los sueños y leyendas cobran vida. La historia me parece muy valiosa porque logra capturar el espíritu del realismo mágico y no simplemente entretener; más bien, invita a contemplar lo invisible, lo que no habita en lo común. A través de este fragmento sencillo se valora la cultura andina y la posibilidad de ver el mundo con otros ojos. Nos da una enseñanza: debemos cuidar nuestras raíces culturales y mantener vivas las tradiciones que nos han legado nuestros antepasados.

¿Hasta qué punto somos conscientes de otras realidades? Las culturas de nuestros antepasados han llegado hasta la actualidad tratando de sobrevivir; sin embargo, la modernidad ha ido apagando ciertos vínculos con nuestras raíces. El viaje de don Nicanor no solo es físico, sino también simbólico; nos habla de un regreso espiritual a lo sagrado en una época donde el tiempo parece correr sin pausa.

«En febrero, el entierro del carnavalón, miércoles de ceniza, dejó las huellas del festejo en las calles y, más dentro del mercado, donde realizaron el concurso de coplas. A don Alindor le tocó hacerse cargo del lugar donde se vendía el pescado. Don Alindor se dispuso a barrer y escuchó el trote de caballos; cuando se acercó, vio que eran dos mulas renegridas. Don Maximino dijo: “Son mulas del diablo y son ciegas; solo se orientan oliendo. En este tiempo andan buscando carne humana para llevarle a los diablos chiquitos.” Dicen que eran dos mujeres que convivían en perversión entre ellas y con los hombres, y criaron a dos niños regalados que después mataron porque eran brujas y tenían trato con el diablo. Las dos mujeres maldecidas, que en los días de luna llena se convertían en mulas y salían a las calles. ¿Qué más cosas de maldad habrán tenido? Cuando estaban de mulas, eran tomadas por caballos o burros, y después regresaban a su casa, y su cama amanecía toda una porquería; por eso, en las mañanas, en su juicio y sufrimiento, lavaban sus sábanas y frazadas; era su penitencia en la fiesta del carnaval y de los pueblos, como en febrero, los carnavales.» (Cabrera, 2018, pp. 64-65)

Es decir, dentro de una misma persona pueden convivir el bien y el mal. Las dos mujeres de la historia, que son descritas como brujas, representan esa parte oscura de la humanidad: cometieron actos terribles, como criar niños ajenos y luego matarlos, y vivían en perversión. Sin embargo, también se muestra que no están totalmente perdidas: cada mañana, al recuperar la conciencia, limpian su cama, símbolo de intentar limpiar su culpa, como si buscaran redimirse. Esto sugiere que no son completamente malas, sino que están atrapadas en un ciclo de pecado y castigo, y aunque sufren por sus acciones, no logran liberarse. Son personas que quieren cambiar o mejorar, pero las consecuencias del pasado y los errores pesan tanto que se hace muy difícil salir del círculo.

Este relato, ambientado en el carnaval, utiliza elementos míticos para mostrar la lucha entre el bien y el mal en el ser humano. Las mujeres convertidas en mulas simbolizan cómo la sociedad castiga lo que considera inmoral, especialmente cuando se trata de mujeres que rompen con los roles tradicionales. Aunque son descritas como brujas, también sufren y muestran señales de arrepentimiento, lo que refleja un conflicto interno. Esto sugiere que no son solo malvadas, sino humanas, atrapadas en un ciclo. También muestra el poder de los mitos en los pueblos: sirven para controlar, educar o infundir miedo. Al final, nos invita a reflexionar sobre cómo las creencias populares pueden reforzar prejuicios, especialmente contra quienes viven o piensan diferente.

¿Cómo se describen a las dos mujeres relacionadas con las mulas? Las dos mujeres vivían en relaciones prohibidas, tanto entre ellas como con varios hombres. Cuidaron a dos niños regalados, pero luego los mataron. Se decía que eran brujas y que tenían pactos con el diablo; fueron maldecidas y, durante las noches de luna llena, se convertían en mulas y salían por las calles, siendo montadas por caballos o burros. Al volver a su forma humana, sus camas amanecían sucias y desordenadas. Por la mañana, ya en su juicio y con sufrimiento, lavaban las sábanas y frazadas como una especie de penitencia por sus actos.

«En la madrugada, mientras Graco dormía, su espíritu ingrávido voló hasta el Joxo. En la puerta de la choza leyó un recado rasgado con los dedos y con la grasa negra: “En el seno de su dueña palpitará por siempre, el inmortal corazón maldito”, y despertó consciente de la verdad del sueño y del mandato. Quizás, en la tierra repartida entre los hombres, esos pajares solitarios, herencia de sus padres y abuelos, nunca fueron sus predios. Entiendo que profanar la paz maligna de aquella sepultura significó abrir la puerta de este mundo a los seres del infierno. Así, en lo que acaso fueron sus tierras, hoy trajinan, como verdaderos dueños, una horda de demonios del pasado bajo el mando de una bruja de ultratumba que, al abrir el manto que le cubre el cuerpo, muestra un corazón negro en su pecho abierto. Y el corazón late expuesto, cebado por la materia expuesta de los cerros.» (Cabrera, 2018, p. 13)

El espíritu de Graco pudo presentir el mal presagio que estaba invadiendo su choza en la montaña del Joxo y, en su forma astral, viajó hasta ese lugar para ver los hechos ocurridos. La frase escrita en la entrada hace referencia a la puerta que Graco abrió a los espíritus o seres del inframundo en el momento de profanar la tumba de la hechicera. El significado que nos brinda es coherente, claro y preciso; menciona también que los cerros son un combustible para que esta no muera, sino que perdure por años, ya que en ellos puede haber una gran cantidad de minerales que ayudan a que no muera.

Nos presenta un notable valor literario que habla sobre lo misterioso y maligno que puede aguardar en lo oculto de las zonas del Perú. Sus relatos, haciendo referencia a su pueblo, hacen notar los mitos y leyendas que se cuentan de voz en voz entre los pobladores de la comunidad. Somos pocos los capaces de interpretar los mensajes que nos quieren transmitir, ya sea para bien o para mal.

Invita a reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos en lo misterioso, lo sagrado o lo prohibido. La visión de Graco pone en duda el límite entre lo real y la ficción, interpretando que a veces las verdades se pueden obtener en estados alterados de la conciencia. ¿Estaremos listos para un encuentro o experiencia similar? Creo que las respuestas varían dependiendo de la fuerza y la valentía de una persona; algunos buscan estos eventos, otros huimos de acontecimientos similares. Pero la pregunta en sí sería: ¿esto en realidad pasó?

En conclusión, Ojos de la noche, de Carlos Ernesto Cabrera Miranda, es mucho más que una colección de relatos fantásticos y misteriosos; es una invitación a reencontrarnos con nuestra identidad, con esas raíces culturales que a veces parecen lejanas, pero que laten con fuerza en nuestra memoria colectiva. A través de historias donde lo sobrenatural y lo real se entrelazan, el autor nos hace sentir el peso de los miedos, los deseos y los conflictos internos que no solo habitan en sus personajes, sino también en nosotros como sociedad. Nos recuerda que lo que consideramos “normal” es solo una capa superficial, y que debajo de ella existe un mundo lleno de misterios, leyendas y emociones que forman parte esencial de quienes somos.

Esta obra nos invita a escuchar las voces de nuestros antepasados, a valorar esas historias que han sido transmitidas de generación en generación y que aún guardan enseñanzas profundas. Más allá de entretener, Ojos de la noche es un acto de resistencia cultural, una manera de preservar y honrar una herencia que corre el riesgo de perderse con el pasar de los años. Así, Cabrera Miranda no solo nos regala cuentos fascinantes, sino que también nos abre la puerta para que, especialmente los jóvenes lectores, puedan explorar con curiosidad y respeto las múltiples facetas de nuestra historia y experiencia humana.

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