La fábula es un género que desde siempre ha tenido una finalidad ilustrativa, educativa o crítica. Es una historia corta o relato, tanto en prosa como en verso, cuyo objetivo es proporcionar una moraleja final clara. Por lo tanto, el argumento no debe ser complicado de seguir: el inicio, el cuerpo y el desenlace del relato conforman un todo lógico que explica irremediablemente una lección de vida o morealeja final que es tomada como una verdad indiscutible. En cuando a los personajes, la característica más remarcable de la fábula es que estos son animales o elementos naturales humanizados, es decir, con características humanas. La fábula, además, recurre frecuentemente a la sátira y al humor.
La definición de Jacques Janssens en su libro Les fables et les fabulistes (1955) es interesante y relevante: «La fábula es un relato de corta extensión, en prosa o en verso, que se propone instruir, poner de relieve una verdad, enunciar un precepto, mediante la historieta, que ilustra un caso concreto, y cuya consecuencia lógica tiene fuerza de demostración y ofrece el valor de una enseñanza universal… La fábula es la puesta en acción de una moraleja por medio de una ficción, (…) una instrucción moral que se cubre con el velo de la alegoría».
Por otra parte, Carlos García Gual, editor de las fábulas de Esopo y las fábulas de Babrio para la editorial Gredos, caracteriza este género en cuatro aspectos clave:
- Su carácter alegórico, por medio de la fantasía del mundo animal aplicado al mundo humano.
- La intención moral, ya que evalúa una determinada conducta.
- La brevedad, el relato en las colecciones esópicas muestra un estilo austero y sencillo, propio de las literaturas con origen oral.
- La difusión, hay una doble tradición, la clásica y la hindú.
Orígenes de la fábula
Las fábulas de Esopo (600 – 564 a.c.) son consideradas la primera colección de fábulas propiamente dicha. A lo largo de los siglos sus fábulas han sido adaptadas, traducidas e imitadas hasta nuestros días. En la antigua Grecia poetas como Arquíloco, Semónides, Aristófanes, Esquilo y Sófocles también usaron fábulas dentro de sus obras y composiciones, pero fue Esopo quien creó todo un conjunto de historietas, aunque solo fueron recopiladas en el siglo IV a. C. por el político ateniense Demetrio de Falero. Algunas de las fábulas más conocidas de Esopo son: El león y el ratón, El abeto y el espino, El pastor mentiroso, El ratón y la rana, El viejo y la muerte y La cigarra y la hormiga.
No obstante, antes de Esopo otros poetas griegos ya habían utilizado relatos moralizantes y animales antropomorfos en sus obras y cantos. El gran poeta Hesíodo (alrededor de 100 años antes de Esopo) es el autor de la primera fábula que se conoce: El halcón y el ruiseñor. Este relato está incluido en la obra «Trabajos y días«, la cual conforma los primeros 54 versos de «El escudo de Heracles». La fábula es corta y merece la pena leerla aquí:
El halcón y el ruiseñor
Ahora diré una fábula a los reyes, aunque sean sabios. Así habló el halcón al ruiseñor de abigarrado cuello, mientras lo llevaba muy alto en las nubes tras haberlo capturado con sus garras; éste, atravesado por las corvadas uñas, miserablemente se lamentaba; aquél, de manera altiva, le dijo estas palabras:
«Infeliz, ¿por qué estás chillando?, ahora te tiene uno mucho más fuerte, de esta manera irás por donde yo te lleve, por muy cantor que seas, y te comeré, si quiero, o te soltaré. ¡Insensato!, quien quiere compararse a los más poderosos, se priva de la victoria y, además de infamias, sufre dolores.
La moraleja en este ejemplo la tenía deducir el lector, o en aquel tiempo, el que escuchaba la fábula, porque en aquel tiempo la literatura era principalmente oral, narrada al público. En este caso, El halcón y el ruiseñor es utilizada para ejemplificar la maldad de la soberbia de Perses, un titán, padre de la diosa Hécate.
Además del desarrollo de la fábula en Grecia, en las otras grandes civilizaciones de la antiguedad, Mesopotamia, India y Egipto, también se compusieron relatos con las características de la fábula que hemos señalado; muchos de estos relatos eran paralelos o reflejaban mitos y textos magicorreligiosos en los que hay enseñanzas y animales, objetos u fuerzas que adquieren cualidades humanas como hablar. Por ejemplo, se cree que en el Panchatantra en India, escrito en sánscrito, algunas de las fábulas que allí se incluyen datan del silo III a.c. Es importante remarcar que la fábula, a diferencia del mito, era considerada un relato ficcional, alegórico, no un relato fundador o explicativo de un pueblo y una cultura.
La fábula en la época clásica
En el siglo V a.C. las fábulas de Esopo ya eran muy populares en Atenas; incluso se cree que Sócrates buscó ponerlas en verso en sus últimos días. Esopo es considerado el creador por excelencia de la fábula y su colección es paradigmática.
Tal vez la definición más conocida en la antigua Grecia es la del gran filósofo del siglo IV a.c. Aristóteles, quien distingue el ejemplo o la lección que viene de un suceso histórico y la que viene de un «suceso» ficticio. Dentro de éste último, estarían la parábola y los «logoi esópicos», es decir, las fábulas, a las que consideraba la parte más importante de los seis elementos que conforman la tragedia; los otros 5 elementos son los caracteres, el pensamiento, la elocución, la melopeya y el espectáculo. Para Aristóteles la fábula no es, entonces, un género independiente, sino un recurso que busca la persuasión (pístiis) con dos rasgos definitivos: la alegoría y la ficción.
Posteriormente, el escritor romano del siglo I, Fedro es el responsable de introducir las fábulas de Esopo en la cultura romana y latina. Él también observa una característica importante: la intención crítica, y más bien encubierta, de la fábula. En este sentido, este tipo de relatos usan la sátira y la burla con un efecto sancionador, que en el fondo busca un cambio de conducta en el lector. Por otra parte, el poeta sirio helenizado del siglo I Valerius Babrius (Babrio), consideraba a la fábula como un ejercicio literario, y además de sus propias fábulas, adaptó un gran volumen de las fábulas de Esopo.
La versificación y la adaptación proporcionó a algunas colecciones de fábulas, especialmente la de Esopo, la posibilidad de ser transmitidas a lo largo de los siglos, dándoles un prestigio literario sobre todo cuando fueron reelaboradas por poetas conocidos, desde Babrio hasta La Fontaine o Samaniego en épocas posteriores.
La fábula en la Edad Media
En España la fábula ha sido un género cultivado desde la Edad Media, aunque aparecían dentro de relatos más largos. Los estudios de la fábula en el Medioevo la incluyen dentro del género «exemplum«, cercano al sermón religioso y a la denuncia de los vícios morales de los seres humanos. Las fábulas de Esopo, una vez más, fueron adaptadas, trabajadas y empleadas con fines moralizantes e incluso políticos.
En el siglo XII, en Inglaterra, Gualterus Anglicus (Walter el inglés) también realizó una versión de las fábulas de Esopo, y en el caso de Francia encontramos a la poetisa Marie de France, a quien se atribuye la colección «Ysopet», primera adaptación al francés de las fábulas de Esopo. Las primeras compilaciones de fábulas hispánicas son traducciones como Calila e Dimna en el siglo XIII, el Libro de los gatos en el siglo XIV y el Esopete ystoriado en el siglo xv.
En la Europa medieval se conocían varias colecciones de las obras de Romulus, un autor que se creía haber vivido en el siglo V, y que a su vez reescribió Fábulas de Esopo y de Fedro. Estas colecciones de Romulus son el Romulus Ordinarius o Romulus Vulgaris (83 cuentos conocidos en un texto del siglo noveno), el Rómulo de Viena, y el Rómulo de Nilant (45 fábulas que fueron publicadas posteriormente por Jean-Frédéric Nilant en 1709.
Las fábulas medievales españolas más famosas son las que aparecen en “El conde Lucanor”, de don Juan Manuel; por ejemplo, el cuento V: “Lo que sucedió a una zorra con un cuervo que tenía un pedazo de queso en el pico”. Y en el siglo XIV Juan Ruíz, clérigo Arcipreste de Hita y autor de la importante obra «Libro de Buen Amor» (1330) está salpicado de fábulas en verso en tono jocoso y moralizante, lo cual hace que se considere a Juan Ruíz un precursor del género en castellano. Para estos dos autores, la fábula era una forma de exemplum.
La fábula en el Renacimiento y en el Barroco
Debido a los primeros desarrollos de la imprenta, las colecciones de fábulas siguieron teniendo una amplia resonancia. La primera versión impresa de las estas historias fue una traducción latina, producida por Heinrich Steinhöwel en Ulm en 1476. Bajo el título de «Esopo», se trató de una versión latina del “Romulus” medieval, que trataba la vida del fabulista griego.
Las fábulas han sido siempre muy apreciadas por su contenido didáctico; grandes personajes como Leonardo da Vinci y Napoleón Bonaparte nos dejaron algunas fábulas. El fabulista más famoso del siglo XVII es Jean de La Fontaine.
Jean de La Fontaine (Francia, 1621-1695), es conocido especialmente por sus doce libros de fábulas, consideradas modelo del género. Sus Fábulas fueron publicadas entre 1668 y 1694 y son un conjunto de relatos en verso, protagonizados por animales que actúan igual que los seres humanos; conservan el objetivo didáctico, con moralejas que pretenden transmitir lecciones morales. Están claramente inspiradas en las fábulas clásicas y tienen un sentido de humor agudo, poseen un lenguaje fluido y de gran naturalidad. La Fontaine caracterizó muy bien a sus personajes, reflejando arquetipos y personajes de su época, lo cual le permitió dejarnos una visión irónica (y también algo escéptica) de la sociedad en la que vivió.
En el contexto del Siglo de Oro Español, autores tan famosos como Tirso de Molina, Lope de Vega, Rojas Zorrilla o Calderón de la Barca fueron también admiradores y cultivadores de este género.
La fábula en la Ilustración (Siglo XVIII)
Se ha escrito que el XVIII fue “el siglo de oro de la fábula”. Algunos de los fabulistas más famosos son: en Francia, Jean-Pierre Claris de Florian (Fables – 1792, y obras teatrales: Jeannot et Colin – 1780); en España, Tomás de Iriarte (Fábulas literarias – 1782) y Samaniego (Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Vascongado – 1784); en Alemania, Christian Fürchtegott Gellert (Fábulas – 1746) y Gotthold Ephraim Lessing (Fábulas e historias – 1772); en Inglaterra, John Gay (Fables of John Gay – 1717); y en Rusia, Iván Krylov (23 fábulas en 1809, y ocho volúmenes más entre 1810 y 1820).
Tomás de Iriarte fue el primer dramaturgo que consiguió dar con una fórmula que uniese las exigencias de los tratadistas neoclásicos con los gustos del público. Es conocido sobre todo por sus “Fábulas”. Se editaron en 1782 como la primera colección de fábulas enteramente originales. En ellas reivindica ser el primer español en introducir el género, lo cual motivó una larga disputa con el que había sido su amigo desde largo tiempo, Félix María de Samaniego quien había publicado sus fábulas un año antes. Entre las más famosas de Iriarte se encuentran: El gusano de seda y la araña, La abeja y los zánganos, Los dos loros y la cotorra, El mono y el titiritero, La hormiga y la pulga, y El burro flautista. Y entre las más conocidas de Samaniego destacan: La paloma, Congreso de ratones, La cigarra y la hormiga, El perro y el cocodrilo y La zorra y las uvas.
La fábula en el Romanticismo y el siglo XIX
En el siglo XIX las fábulas de la Ilustración gozaron de reconocimiento e inspiraron a una nueva generación de autores. Algunos nombres ilustres del XIX y de comienzos del XX en Europa son Leon Tolstoi (Tales from Zoology – 1898), Ambrose Bierce (Fábulas fantásticas – 1899), Juan Eugenio Hartzenbusch Martínez (Fábulas en verso en castellano – 1848), y Beatrix Potter (The tale of Peter the Rabbit – 1901). En España particularmente, también destacan Miguel Agustín Príncipe, Ramón de Campoamor y Concepción Arenal. Juan Eugenio Hartzenbusch se destaca por haber traducido al castellano fábulas de autores alemanes (Gottlieb Konrad Pfeffel, Christian Fürchtegott Gellert, Friedrich von Hagedorn) e ingleses, y por haber hecho las suyas propias, en las cuales está presente una crítica social.
La fábula del siglo XIX en España tiene entonces un marcado acento político. En una Europa inspirada y afectada por la Revolución Francesa y posteriormente por las invasiones napoleónicas, la fábula sirvió como herramienta de sermón político y ético. A veces a favor del continuismo monárquico, a veces a favor del liberalismo e independencia. Por ejemplo, las «Fábulas satíricas, políticas y morales sobre el actual estado de la Europa» (1811), de fray Ramón Valvidares, son un conjunto de críticas contra Napoleón.
La fábula en los siglos XX y XXI
A comienzos del siglo XX las fábulas constituyen una pequeña parte de una más amplia producción literaria y se observa un descenso en el número de fabulistas. Los cuentos y las novelas gozaban a principio de siglo de una gran expansión y el público prefería estos géneros. En determinados casos, más que de fábulas, se trata de ripios (rimas fáciles o coletillas) más o menos ingeniosos, como ocurre en la obra del escritor español Carlos Cano «Fruta del tiempo, Poesías festivas» (1902), e incluye «Fábulas», y «Fábulas Morales». Otro escritor ibérico, José Rodao, titula su obra: «Ripios con moraleja. Fabulillas» (1908).
También destaca J. Rodríguez Mateo, autor de «Fábulas», compuesto por 90 de ellas, cuyo contenido es de naturaleza social -según señala el autor de su presentación, José Mil Lozano-, y se considera que su originalidad es mayor que la de otros fabulistas.
En 1961, el dramaturgo francés Jean Anouilh publicó una colección de 43 fábulas que fue muy vendida y revitalizó este género.También Jean Chollet ha escrito en el siglo XX bastantes fábulas inspiradas en el mundo actual. Por esos mismos años, Italo Calvino publicaría «Marcovaldo» (1962), cuya primera serie se acerca al mundo de la fábula.
El guatemalteco Augusto Monterroso es uno de los pocos autores en lengua castellana que explora la fábula en el siglo XX. Su obra «La oveja negra y demás fábulas» es una exploración literaria del género en el cual la sátira social y políca está muy presente.
En el siglo XX el propósito moralizante de la fábula, en tanto género, sucumbió de alguna forma frente a otros géneros o formas de ejemplarizar y sancionar la conducta. Incluso otros medios como la Televisión y el Comic han acogido de forma más masiva a los contenidos e historietas moralizantes. Un estudio sociológico más profundo podría profundizar en cómo la moraleja de la fábula ha sido reemplazada, reelaborada y/o adaptada por otros contenidos con una alta carga moralizante e ideológica como los videojuegos, las redes sociales, las series y los dibujos animados.
Bibliografía Recomendada
Gual, García Carlos. El Zorro y El Cuervo: Estudios Sobre Las Fábulas (Antropología) (Spanish Edition). 1st ed., Fondo de Cultura Económica de España, 2016.
“Leo Tolstoy´s Fables for Children (1904).” The Public Domain Review, publicdomainreview.org/collection/leo-tolstoys-fables-for-children-1904. Accessed 18 July 2022.
Sánchez Salor, E. (ed.), Fábulas latinas medievales, Madrid, Ediciones Akal, 1992.
Sotelo, A. (ed.), «Prólogo», en Félix María de Samaniego, Fábulas, Madrid, Ediciones Cátedra, 1997.