Reencuentro mío con este autor tras quizás 20 o más años; alguien me dijo una vez que Bukowski era lectura para veinteañeros rebeldes, que luego se te pasa y ningún «adulto» serio tiene interés en estas cosas, en un autor chabacano y facilón.
Sin miedo, diría que hasta con ganas, de abatir vacas sagradas del pasado -ya han caído unas cuantas, ninguna fidelidad vieja me merece el precio del «ah» de claridad que obtienes enfrentando la realidad desde nuevos ángulos-, me embarqué en este libro y tengo que decir que al principio la lectura me produjo cierto aburrimiento, fastidio y recelo. Oh oh…
Me temía un panorama como el de Kerouac, vaca sagrada que para mí sí ha caído: borrachín disparando su lucidez «in vino veritas» sobre cualquier cosa que le salga al paso, pensando que el indiscriminado «todo es una aventura» vuelve interesante cualquier cosa que él diga, con tal de escribirlo medio bien en un lenguaje llano, y basta con seguir y seguir hasta tener el número de líneas requeridas para llamarlo «libro».
Para peor, por estas coincidencias de la vida, al poco de pensar esto, y sumido todavía en las lentitudes recelosas iniciales, me encontré un pasaje en el que Bukowski precisamente menciona a Kerouac, en no muy gratos términos, algo así, parafraseo, como «ese muchacho que no sabe escribir pero se ha hecho famoso porque se parece a cierta estrella de rodeo».
Oh oh otra vez… Cuidado Hank, ¿no estaremos a punto de presenciar un caso de paja en el ojo ajeno?
Sin embargo, poco después el libro tomó vuelo para mí y tengo que decir que nada que ver.
La novela describe la primera y única experiencia de Bukowski en el mundo cinematográfico, todo el proceso que va desde mera idea para un guión, al estreno de la película «Barfly» (aquí «La Danza de Jim Beam»).
Y su estilo es sencillo y ágil como lo recordaba, pero conforme vas leyendo va desvelando también una estructura oculta, una segunda intención de fondo, así como unas grandes dotes de observador, y un sentido del humor a veces muy sutil y socarrón…
El introductor en los infiernos es el productor, acto seguido director de la película, Jon Pinchot. El libro acaba adquiriendo una especie de divertida estructura ritual consistente en: Bukowski va y viene con Sarah, su mujer, más que nada emborrachándose, yendo a las carreras, o «jugando con el poema» como él lo llama… O sea, su habitual modus vivendi. Entonces, cada x tiempo, llega la llamada exaltadísima de Pinchot, como el trueno de los dioses, con las novedades sensacionales: la película por fin se hace, la película ha empezado a rodarse, la película se ha cancelado, la película vuelve a estar en marcha… Recibido lo cual, Hank y esposa se aplican obedientes a lo que se supone que tienen que hacer lo siguiente… culminado lo cual, vuelven a su estado de reposo, esperando noticias, y el ciclo se repite.
Realmente consigue pintarte Hollywood, todo ese mundillo de la creación de películas (un mundillo que ya no sé hasta qué punto existirá en nuestros días, con el advenimiento del streaming), como un hermético, autocontenido manicomio en forma de laberinto…
Bukowski se declara un misántropo, pero yo veo en su manera de describir a la gente un algo de afecto; un afecto un poco como el de alguien que mira a los chiflados de un psiquiátrico, de los que no cree formar parte pero que ejercen sobre él una especie de débil pero constante curiosidad. Hay también una como «esperanza una y otra vez defraudada» en la forma en que los mira. Rara vez hay crueldad en su descripción, y Bukowski incluye en esa ausencia de crueldad también a sí mismo, y a sus limitaciones como persona y escritor, sobre las que no se hace ninguna ilusión.
(Sí que hay un par de excepciones en que se emplea a fondo con crueldad contra otros personajes; ese mencionado juicio sobre Kerouac, y sobre todo, el auténtico vómito verbal que le dedica a Tom Jones -«Tab Jones»- que te hace preguntarte qué historia pasada pueden tener los dos que le haga merecedor de semejante apaleo).
Este debió de ser uno de sus últimos libros, ya lindando con esos años noventa que se lo llevaron. Hasta en la forma en que, al acabar el ciclo de la película, Sarah le pregunta «qué vas a hacer ahora», parece haber una especie de insinuación de tiempo precioso, de alguien que sabe que no le queda mucho.
Y dada esa época que coincide un poco con mi propia cronología, fue un plus muy agradable el reconocer aquí y allá a muchos de los personajes que por ahí desfilan, y que Bukowski, una vez resguardado tras el inicial «todo parecido con la realidad, etc…», se esfuerza poco en disfrazar.
Me da la impresión de que hay una ley directa según la cual, cuanto mejor le cae alguien -o al menos, quizás, cuanto más lo conoce-, más le modifica el nombre; Jon Pinchot, por ejemplo, tiene que ser Barbet Schroeder, director de «Barfly», a quien el libro está dedicado. Otro grande del cine alemán, Werner Herzog, también desfila por ahí (poco pierdo aquí porque se llama Wenner Zerzog, y proyectan una película suya sobre «Lido Mamin», que tiene que ser la que Herzog hizo sobre el terrible dictador Idi Amin, una película que creo que jamás de los jamases me animaré a ver). Está también el mencionado Mack Derouac, y un cierto director llamado Jon-Luc Modard, referencia también bastante obvia, que actúa exactamente como uno lo recuerda en entrevistas: un weirdo alunado y despeinado que fuma sin parar… y que en general apenas habla pero de pronto con Hank por algún motivo se abren las espuertas, Bukowski no entiende ni papa de lo que dice pero por lo que luego le cuentan es rarísimo que el hombre se abra así con alguien…
Para el protagonista de Jim Beam se baraja en cierto momento el nombre de «Tom Pell» (Sean Penn), en aquel entonces casado con la cantante de pop Ramona (Madonna). Finalmente el elegido acaba siendo Mickey Rourke (Jack Bledsoe), quien, pese al poco contacto que intercambian, es descrito con gran afecto y respeto, creando un personaje memorable en las pocas escenas que aparece.
También desfilan por ahí David Lynch e Isabella Roselini, y hay un detalle sutil de escritura en que Bukowski cree reconocer en su encuentro puntual que les saludan a él y a su mujer un poco «desde arriba», con educación cordial pero también distantes -hay una sutil herida de melancolía en cómo lo cuenta-… Y sólo muchas páginas después (y sin decirlo, dejando que hagamos nosotros la conexión), en una entrevista, Hank, que no disfruta de muchas películas, nos dice que su favorita es «Cabeza Borradora».
Toda tarea colectiva suele ser siempre un jaleo, y las cosas se complican todavía más cuando hay dinero y vanidades en solfa. Lo más extremo que pasa es cuando la productora Firepower, de malisima reputación en el gremio, lo que ya es decir (¿quizás Golan Globus?), se niega a devolver los derechos de la película, creando una situación de «ni come ni deja» muy típica de Hollywood. Como reacción, Pinchot se presenta en su oficina con una sierra eléctrica y amenaza cortarse trocitos e írselos dejando en la mesa hasta que accedan.
Se sale con la suya, para gran alivio de todos los presentes empezando por el propio Pinchot supongo. Este es el nivel de locura que se maneja en este mundo. Naturalmente, lo curioso es que, unas iteraciones más tarde, cuando otra productora se descuelga del proyecto… acaban como si nada de vuelta a Firepower (que luego tiene problemas de liquidez, pero que luego resuelve vendiendo unas propiedades… pero… pero…)
Eso y las peripecias de Pinchot viviendo con el actor francés, ludópata y alcohólico François, con quien no se sabe exactamente qué vínculo les une, en un barrio marginal en el que son los únicos blancos. La gente del vecindario entra abiertamente a robarles cosas, incuyendo las gallinas que crían. En los primeros días, Pinchot comenta todo excitado que oyen a gente que vive bajo la casa…
Pero todo eso da igual, los cambios se suceden vertiginosos, en cierto punto resuelven los líos con Firepower y consiguen que el nuevo contrato incluya un alojamiento. Aún así, el excéntrico y mudable François, por algún motivo, decide de todas maneras quedarse en aquella casa, «cuidando de las gallinas».
Sólo contando estas cosas se ve cómo es un libro que es sencillamente atractivo, entretenido de seguir. Otro momento que me gustó fue cómo trata Bukowski la escena de la premiere, en la que ven la película por fin terminada; lo que hace es… relatar una historia de aquellos tiempos, pero una historia que precisamente ha quedado fuera de la película. Esta historia dura hasta el momento en que la proyección termina, de manera que tanto el público como nosotros presenciamos, a la vez, una «proyección» que termina, ambas distintas, pero compartimos la misma experiencia. Es un recurso sencillísimo pero endiabladamente bueno, de alguien que conoce a fondo el oficio de narrar.
Por contra, mi momento menos favorito del libro es quizás la parte en que, aconsejados sobre sus ventajas financieras, deciden buscar una casa para comprar, y visitan una que, resulta, tiene que ver con la «familia» Manson. Esa escena, llena de feísmo y aleatoriedad, me pareció un injerto, sin conexión con antes ni después en el libro, buena como otras para «hacer tiempo» entre llamada y llamada de Pinchot, pero no me interesó mucho…
Quitando eso, el libro ha sido para mí una constante y grata sorpresa. He encontrado en este autor un agradable «yacimiento» al que volveré con gusto; no hay tantos narradores que te hagan reír y a la vez tengan algo de fondo, que no recurran a la patochada o a lo tremebundo… Bukowski es muy consistente porque siempre escribe desde el «campamento base», desde sí mismo, sabes lo que te vas a encontrar… Y lo que encuentras es, en suma, agradable, se trata de una persona que tiene la «cortesía» de los buenos narradores, y también el humor y el calor humano que, pese a la constante, imposible de no ver decepción frente a la especie, le salvan de caer en el cinismo.