“Todo el mundo sabe” que en Las penas del joven Werther las desgracias del corazón y de la mente llevan al joven Werther al suicidio. Por lo menos, la mayoría de los prólogos a la novela, en distintos idiomas, ya lo comentan o lo sugieren. Es vox populi que el desdichado Werther pone fin a su desgracia de esa manera. Pero ¿por qué? ¿cómo hacer entender esta posibilidad entre el público de aquella época? Goethe (1749 – 1832) publica Las penas del joven Werther en 1774 y con ella expresa un sentir extendido en las juventudes de su tiempo. Como bien explica Rosa Sala Rose en el prólogo de la edición consultada, Goethe había dicho que con esta novela no había hecho sino “destapar la desdicha que se hallaba oculta en las almas de los jóvenes”; él mismo tenía solo 25 años al publicar esta obra. Entonces, dos sentires, la insatisfacción de las nuevas generaciones y la entrega romántica desbordada, dan contexto a la decisión de Werther. Goethe afirmó, acertadamente, que en todas las épocas hay mucha insatisfacción, hastío vital y sufrimiento inexpresado (2012: 19), y tal vez esta obra logró canalizar esos sentimientos intensos. Rosa Sala comenta que Las penas del joven Werther es una novela en el preludio del romanticismo alemán, el “pistoletazo de salida al romanticismo”, aunque, siendo puristas, no se trate de una novela romántica al hecho. Este breve análisis pretende subrayar varias ideas sobresalientes en el contexto de la época, y volver a algunas frases de Werther y citas textuales de la novela. En España el libro solo se conoció hasta 1849.
- GOETHE, Johann Wolfgang (1774), Las penas del joven Werther. Alianza Editorial. Madrid. 2012
- Prólogo de Rosa Sale Rose
- Traducción de José Mor de Fuentes
- 197 páginas
También es muy comentado que esta novela tiene un contenido autobiográfico. Goethe había tenido un amor imposible y había escrito cartas a un amigo confiándole sus sentires y jóvenes hastíos e insatisfacciones. Pero es evidente que la obra va más allá de lo biográfico, es un verdadero desarrollo literario, con temas de fondo y con una intención enmarcada en el aire transgresor del movimiento Sturm und Drang. Las penas del joven Werther es, en efecto, una novela epistolar (la primera carta es del 04 de mayo de 1771) pero ¡sin respuestas! Werther confía sus penas y alegrías a su amigo Guillermo, pero no nos enseñan las respuestas de éste. Literariamente hablando, las cartas permiten al autor la elaboración detallada e íntima del personaje principal, poniendo al lector en una situación de confidencia privilegiada. Esta técnica incrementa el sentimiento de identidad y/o empatía con Werther.
El sentimiento del amor imposible llevado a la máxima intensidad, la admiración por la naturaleza y el cuadro psicológico del protagonista, son tres elementos comúnmente tratados al examinar esta notable obra. Hay una sublimación del enamoramiento como fenómeno vital y obsesivo. Es el amor imposible, romántico pero enfermizo, lo que poco después de conocer a Carlota confiesa a Guillermo:“¡Un ángel! ¡Bah!, todos dicen lo mismo acerca de la que aman, ¿no es verdad?, y, sin embargo, yo no podré decirte cuán perfecta es y por qué es perfecta; en resumen, ha esclavizado todo mi ser” (2012: 43). Resulta que esta última expresión no es metafórica, sino que resulta literal en el desarrollo de este drama. Estas dos citas también muestran cómo Werther entiende el amor:
- “Es muy cierto que solo el amor hace que el hombre necesite a sus semejantes. Conozco que contraría a Carlota el perderme, y los niños no piensan en otra cosa sino en que siempre volveré al día siguiente” (2012: 84).
- “¿Es preciso que lo que constituye la felicidad del hombre sea también la fuente de su miseria?” (2012: 84).
Ciertamente, esa intensidad lo llevará a su ruina y él lo sabe. Conocedor de su obsesión, no es capaz de apartarse, tan solo puede vivir esos días en los que no consigue tener lo que quiere: “Desgraciado, ¿No estás loco? ¿No te engañas a ti mismo? ¿A dónde te conducirá esta pasión indómita y sin objeto?” (2012: 89).
Werther y el Sturm und Drang
Goethe, tal vez el máximo exponente del movimiento Sturm und Drang (Tormenta e Ímpetu), transgrede con esta novela ciertos límites morales al describir un caso de suicidio: no intenta aleccionar sobre el suicidio, ni lo critica, ni lo evalúa desde el punto de vista religioso, tan extendido en aquella época. Simplemente lo describe, detalla cómo y por qué este acto se va fraguando en la mente del protagonista. Al morir Werther, es enterrado sin sacerdote, porque el suicidio, por entonces, era entendido como un pecado.
El Sturm und Drang se caracterizó por el sentimentalismo y la libertad de la expresión, una que pudiera rebasar los límites establecidos por la Ilustración, el racionalismo, la lógica, las leyes. Especialmente, la expresión de sentimientos extremos que mostraban todo lo contrario al “buen gobierno de sí mismo” dictado por el pensamiento ilustrado. Es por eso que el personaje de Werther encarna tan bien esa transgresión: un joven entregado a sus pasiones, no exento de conflicto interior, pero siempre renuente a limitar su sentir. El joven Werther “no entra en razón”, y él lo sabe, y así lo quiere.
La admiración por la naturaleza
Al inicio de la novela la exaltación y júbilo que la naturaleza produce en Werther es muy fuerte. La geografía que observa, la luz, la noche, el viento, su magnitud, no producen en él sino felicidad y admiración. Él es un personaje con una inclinación romántica hacia la naturaleza. Está anonadado de su grandeza y su sentimiento amoroso será una derivación de este orden.
Expresa el regocijo en su corazón al poner en la mesa las coles que él mismo ha cultivado y visto crecer. Aunque él mismo no es un joven del campo, es un burgués que por influencia familiar accede a un trabajo junto a un embajador y depende de sus criados para las labores y mandados cotidianos. De hecho, es su criado quien le trae las pistolas con las que al final se dispara.
Werther ama el campo, es muy roussoniano, es capaz de alojarse en cualquier rincón solitario alejado de la ciudad, se refugia en cualquier parte, solo por el placer de estar en contacto con esa maravilla, la obra divina. Dibuja la naturaleza, fuente inagotable de riqueza e inspiración: “Solo ella posee una riqueza inagotable; solo ella forma a los artistas. Mucho puede decirse en favor de las reglas; casi lo mismo que en alabanza de la sociedad civil” (2012: 38). Y más adelante reitera: “Desde la inaccesible montaña y el desierto que ningún pie ha pisado aún, hasta la última orilla de los océanos desconocidos, lo anima todo el espíritu del eterno Creador, gozándose en estos átomos de polvo que viven y le comprenden” (2012: 86), poético.
No obstante, si bien afirma que ceñirse a las reglas sociales da un buen resultado, esas mismas reglas, al final, solo restringen la expresión completa de la naturaleza: “toda regla asfixia los verdaderos sentimientos y destruye la verdadera expresión de la naturaleza” (2012: 38). Se trata de una máxima premonitoria en la novela, porque al final, Carlota misma, aunque ceñida a las reglas, a su voto formal con su marido, descubre que había en ella un sentimiento poderoso por Werther que había permanecido oculto, reprimido, en gran medida por esas reglas. Desde ese punto de vista, Werther termina destruido, indirectamente, por esas reglas, y Carlota, sumida en una tragedia interna.
La naturaleza no entiende de normas, razones, leyes o etiquetas, así la pasión de Werther, que en ese sentido es muy natural. Porque la naturaleza también tiene terremotos y tormentas que arrasan con todo: “Lo que me roe el corazón es la fuerza devoradora que se oculta en toda la naturaleza, que no ha producido nada que no destruya a su prójimo y a sí mismo. De este modo, avanzo yo con angustia por mi inseguro camino, rodeado del cielo, de la tierra y de sus fueras activas; y no veo más que un monstruo ocupado eternamente en devorar y destruir” (2012: 87).
“Lo bello es una manifestación de las fuerzas secretas de la naturaleza”
Goethe
El perfil psicológico de Werther y su efecto en la cultura
¿Quién es Werther? Es un joven que no encaja del todo en su sociedad, y que encuentra en el sentimiento puro, el arte y la naturaleza las razones para entregar su vida. No tiene problemas económicos, así que goza del tiempo para la reflexión. Es un cristiano creyente y el vicio que más detesta es el mal humor, precisamente porque en lugar de éste deberíamos gozar de los bienes que dios nos presenta cada día, afirma. Pero, aunque inteligente y culto, lector de Homero y Ossian, Werther no racionaliza su emoción y en un punto dado, teme perder su propia voluntad. Está más orgulloso de su corazón que de su saber (un guiño sobre cómo responde el romanticismo, sensible, frente a la ilustración, racional): “este corazón, única cosa de que estoy orgulloso, única fuente de toda fuerza, de toda felicidad, de todo infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé cualquiera lo puede saber; pero mi corazón lo tengo yo solo” (2012: 118). Sueña con Carlota y cuando despierta “un torrente de lágrimas brota de mi corazón oprimido”; en un momento dado ya no se conmueve con la naturaleza y los libros le dan tedio, porque “cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada” (2012: 88). A los ojos del terapeuta contemporáneo Werther sufre un trastorno obsesivo compulsivo en el que pone en riesgo su vida; dice de sí mismo “Todos mis sentidos se excitan insensiblemente” … “Siento que oprime mi garganta una mano homicida” … “No veo para esta mísera existencia otro fin que el sepulcro”. No faltan en la novela sugerencias al suicidio, es una salida en la que Werther se va afirmando poco a poco.
Es un insatisfecho patológico, lo tiene todo, pero le falta estar bien consigo mismo, se toma todo con demasiada profundidad o exageración: “Si yo fuera algo más superficial, sería el hombre más feliz de la tierra. […] Tú, señor, que me has dado todos estos bienes ¿por qué no me negaste la mitad de ellos, concediéndome en cambio la satisfacción y la confianza en sí mismo?” (2012: 99).
Cuando en su mente se elabora la posibilidad de quitarse la vida, encuentra en el río a Enrique, un loco que buscaba florecillas en invierno. Enrique era un trabajador del padre de Carlota, pero se volvió loco por la pasión que tenía por ella. Esta historia, este espejo, trastorna a Werther.
La obsesión caracteriza a Werther. Una pura y bien intencionada fijación en el sentimiento amoroso, en la admiración de un sujeto: Carlota. Al final reconoce su fijación y lo cerca que está de la locura: “Su imagen me persigue: que duerma o que vela, ella llena toda mi alma. Cuando lleno mis párpados, en el cerebro, donde se encuentra la potencia de la vista, distingo claramente sus ojos negros […] Me duermo, y los veo también: siempre están allí, siempre fascinadores como el abismo. Todo mi ser, todo, está absorto por ellos” (2012: 144).
Carlota, la representación ideal de la obra de la naturaleza, es su objeto de deseo y no acepta dejarlo, no es capaz de irse y dejar esa provincia, en el fondo no acepta ni vivir lejos ni compartir a Carlota ¿pero por qué? Se pueden dar muchas explicaciones, pero la novela deja entender que, si bien Carlota está comprometida con Alberto, y luego se casa con él, Werther se siente de cierta forma correspondido. Ella quiere verlo y se preocupa por él, lo tiene en gran estima y es bien recibido en su casa.
Pero visitar frecuentemente a Carlota, el estar atado de manos y, en general, toda la situación, se hace insostenible. Dos sucesos terminan de sentenciar su destino. Por una parte, Werther conoce que aquel admirado joven, a quien había conocido meses atrás y que cuidaba devotamente de una viuda, termina asesinándola. El crimen le sorprende, pero se siente identificado. Comprende cómo la pasión de aquel desgraciado le ha robado la cordura también, llevándolo a matar a su amada. Werther le pregunta qué ha pasado y él le responde “Ella no será de nadie, ni nadie será de ella” (2012: 150). Este acontecimiento es el que pone punto final a la decisión de Werther. Sabe que su obsesión amorosa puede desembocar en una tragedia semejante; la vida le ha dado esta alerta, así que es mejor, concluye, que antes de acabar con Alberto o con Carlota, es mejor acabar con sí mismo: “Es preciso que uno de los tres muera, y quiero ser yo” (2012: 162), le escribe a Carlota en su carta de despedida.
Por otra parte, Carlota lo confronta, Werther ya ha presentado demasiados signos de perturbación: “¿No comprendéis que corréis voluntariamente a vuestra ruina? […] Temo que la imposibilidad de obtener mi amor es lo que exalta vuestra pasión” (2012: 159).
Al final de la novela, cuando las tormentas emocionales ya han desbordado a Werther y ha decidido su fatal final, él confirma aquella tímida sospecha, hábilmente (literariamente) sugerida a lo largo de los encuentros entre él y ella: Carlota descubre en su corazón una extraña y atípica afinidad con Werther, lo echa de menos, se da cuenta de que sí sentía algo más por él, cierta pasión, cierto amor de una especie tan divergente del status quo y tan contradictor de su buena vida y esposo que se mantenía oculto, censurado. Ella misma no lo sabía, pero lo confirma en ese momento álgido, después de la lectura de Ossian, cuando Werther la besa, y ella a él: “sus abrasadas mejillas se tocaron […] y cubrió de frenéticos besos los labios de su amada” (2012: 176).
Al confirmar aquella sospecha, tan anhelada e imposible, Werther se siente feliz y al tiempo desolado; como lo ha dictado antes, uno de los tres tendría que morir, y él acepta sacrificarse, sabe que ya nada cambiará su destino: “Sabía que me amabas; lo sabía desde tus primeras miradas, aquellas miradas llenas de tu alma; lo sabía desde la primera vez que estrechaste mi mano. Y, sin embargo, cuando me separaba de ti o veía a Alberto a su lado, me acometían febriles dudas” (2012: 179). Werther se dispara con las pistolas que ha tomado prestadas de Alberto, un acto, además, muy simbólico. El trágico final deja a todos consternados, principalmente a Carlota, que ahora tendrá que digerir toda la historia.
El personaje ficticio Werther generó una gran reacción en su época, muchos jóvenes se suicidaron al estilo Werther. Provocó una “ola de mimetismo”, comenta una de las notas al pie, brillante, de la edición de Alianza, la cual a su vez parafrasea al escritor ultraísta Rafael Cansinos Assens así: “Aunque aparentemente se mata por una mujer, Werther, como Larra, años más tarde, se mata, en realidad, por el mundo todo, que no lo quiere, y al que él acaba por no querer tampoco o por quererlo demasiado rabiosamente”. Es tan significativo este efecto sobre la psicología social que se conoce como “efecto Werther” o “efecto copycat” al efecto imitativo de la conducta suicida. Recientemente se ha observado que el suicidio de personajes famosos que son tomados como modelos o idolatrados por las culturas juveniles genera un pico de suicidios, acontecidos de forma similar. Las penas del joven Werther en el siglo XVIII es un producto que en su época funcionó como modelo de imitación mediática, sentimental y moral, como sucedería actualmente con cualquier artista pop o personaje de una serie o película.
Algunas ideas adicionales:
Rosa Sala también comenta que el joven Goethe todavía se sentía inseguro respecto a su propio talento. Ella comenta que para Goethe “el arte surge de los esfuerzos del individuo por mantenerse contra la fuerza destructora del todo”. Goethe ha hecho de Werther un sujeto reflexivo, interesante, “siempre extravagante […] todo lo exageras” (2012: 80), dice Alberto de él, pero observador y con un pensamiento agudo:
- “La raza humana es harto uniforme. La inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir, y la poca libertad que les queda les asusta tanto que hacen cuanto pueden para perderla ¡Oh, destino del hombre! (2012: 33)
- “Todos los maestros y doctores convienen en que los niños no saben por qué quieren lo que quieren; pero, por más que para mí sea una verdad inconcusa, nadie consiente en creer que los hombres, como los niños, caminan a tientas sobre la tierra, ignorando de dónde vienen y a dónde van, Y no actúan en pos de verdaderos fines, y, como los niños, se dejan gobernar con juguetes, confites y azotes” (2012: 36).