El filósofo, político y orador Cicerón dijo: -«No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños»-, palabras ciertas para volver la mirada a la lectura de la novela Casas muertas (1955), obra fundamental en la literatura venezolana. Su contenido ha perdurado en el tiempo para reflexionar y redescubrir algunos de los temas que afloran en esa historia que marcaron el devenir de un pueblo, como son los miedos al abandono, al autoritarismo, al caudillismo, a la muerte misma y el resultante silencio de lo que se piensa, se calla y se olvida …
En esta novela, Miguel Otero Silva (1908 – 1985), periodista, novelista, escritor, humorista y político venezolano, quien estuvo vehemente comprometido con el acontecer político y social de su país, percibe su corpus narrativo apoyado en aspectos de contenido social, referencias históricas, símbolos culturales y naturales y de manera ecléctica manifiesta el momento histórico que vivió. Es una narrativa inscrita entre lo realista, modernista y con un alto contenido de criollismo venezolano, al recrear las inquietudes de una cultura, sus paisajes, sus hombres y acentuando la crítica moral, social y política de la época.
Para este análisis literario he leído:
Casas muertas
Miguel Otero Silva
Editorial Seix Barral
Nueva Narrativa Hispana
Enero 1975
86 páginas – 12 capítulos
PDF en línea: guao.org
Ortiz, el pueblo y su decadencia
Casas muertas, metáfora de decadencia, es un entramado de historias de vida de un pueblo agrícola llamado Ortiz, ubicado en el Estado Guárico, corazón del Llano venezolano, parte central de Venezuela. Durante décadas, Ortiz fue considerada «la flor de los Llanos» por su bonanza y esplendor en su economía y puerta de entrada y salida tanto para los colonizadores españoles como para los nativos; sin embargo, en los albores del siglo XX la población comenzó a sufrir de epidemias, aunado a la larga dictadura del general Juan Vicente Gómez y a la guerra civil instaurada. Todo esto coincide con el desarrollo de la industria petrolera venezolana, la cual tuvo un impacto directo en el éxodo rural de la población a las ciudades principales y a las zonas petroleras.
La tragedia de Ortiz se afianza con las lluvias que trajo consigo la fiebre amarilla, el paludismo, la hematuria, el hambre y la miseria: «La salida de aguas arrojó sobre Ortiz y sobre Parapara, sobre todos los caseríos contiguos, una implacable marea de fiebre y muerte que amenazó con borrar para siempre el rastro de aquellos pueblos.» (1975 : 68).
Todas las historias en la narrativa convergen en el decaimiento del pueblo, y por ende, en el de sus casas y sus pobladores; ya sea, por muerte de sus habitantes o porque ellos huían atemorizados buscando salvarse del inevitable destino. Así, Ortiz, de pueblo próspero se fue derrumbando poco a poco, por un lado, por el abandono y el olvido de los gobernantes de la época que no aplicaron una política de salud ambiental ni incentivaron la economía rural, y, por el otro, por la fuerza natural de las lluvias que trajeron enfermedades dejando vestigios de ruinas y espantos.
Se recuerda a «Luvina» (Juan Rulfo, 1953), a su tristeza y desolación: -«Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio … sino el silencio que hay en todas las soledades». En ambos poblados el ambiente interviene directamente en el sentir y las acciones de los personajes: las casas destruidas, los miedos, el silencio de los afectados, el conformismo, y, por supuesto, la muerte y el espanto rondando al mejor estilo de un pueblo fantasma.
Los personajes
Carmen Rosa Villena, personaje principal, soñadora e inteligente, amante de las plantas, las flores y sus frutos, símbolos de vida y grandeza, representa la fuerza que le transmiten las plantas, la naturaleza viva. Acaba de perder a su amor Sebastián, el fuerte, el líder, invulnerable como el tamarindo, el soñador de libertades. Él es personificado, entre los pocos que quisieron levantar su voz, como el héroe posible; se apagó como las lámparas que alumbraban el pueblo, ¿qué podían esperar los demás?. Con Sebastián desaparecía la esperanza de luchar contra los males que ahogaban a la población. Su muerte agranda los miedos y el silencio de sobrevivir en Ortiz. Sebastián reflexionaba en secreto: – «No es posible soportar más. A este país se lo han cogido cuatro bárbaros, veinte bárbaros, a punta de lanza y látigo … » (1975: 50), pero la muerte lo abrazó muy temprano y con él acabaron los sueños de otros de luchar por la justicia:
Esa mañana enterraron a Sebastián. El padre Pernía, que tanto afecto le profesó, se había puesto la sotana menos zurcida, la de visitar al Obispo, y el manteo y el bonete de las grandes ocasiones. Un entierro no era un acontecimiento inusitado en Ortiz. Por el contrario, ya el tanto arrastrarse de las alpargatas había extinguido definitivamente la hierba del camino que conducía al cementerio, y los perros seguían con rutinaria mansedumbre a quienes cargaban la urna o les precedían señalando la ruta mil veces transitada. (…) (1975:2)
Otros personajes arquetipos y voces en la narrativa fueron: la Srta. Berenice, la maestra del pueblo, responsable de fomentar las luces y las letras en Carmen Rosa; el Sr. Cartaya, conocedor y contador de las memorias del pueblo, él nos ubica en el espacio y tiempo al historiar las vicisitudes de Ortiz y del país: «-La última gran fiesta de Ortiz -precisaba el viejo Cartaya- fue en el 91, cuando Andueza preparaba el continuismo. … y lo festejó con bailes y terneras que hicieron época.-» (1975: 13); doña Carmelita, mamá de Carmen Rosa, emprendedora y valiente; el compadre Feliciano, otro héroe anónimo, pero tuvo que huir para no ser arrestado; el padre Pernía; el coronel Cubillos, jefe civil, el antihéroe del pueblo y de sus valores y la valiente Petra Socorro quien desafío el poder del jefe civil al no permitirle sus deseos varoniles a la fuerza.
Las tradiciones y los símbolos de Ortiz
No todo es negativo en la narrativa. Pues el autor, de manera poética, retrata los símbolos de vida de la nostálgica «flor de los Llanos» al describir el jardín que Carmen Rosa cuidaba con amor. Probablemente, aquí se contrasta los signos de vidas versus la destrucción del pueblo en esa tierra desolada y abandonada donde Carmen Rosa vivió y cuyas historias oyó desde niña:
«El patio era el más hermoso de Ortiz, posiblemente el único patio hermoso de Ortiz. En sembrarlo, en cuidarlo, en hacerlo florecer había empecinado Carmen Rosa su fibra juvenil, tercamente afanada en construir algo mientras a su alrededor todo se destruía» (1975: 5)
Con igual destreza, el autor exalta los valores de la sociedad rural, las tradiciones del pueblo como las fiestas de Santos y procesiones, la música, la iglesia y el río Paya que bordeaba la ciudad y que los personajes recrean con nostalgia. Simultáneamente, el narrador revela los símbolos que usurpan o que se apropian de la vida y el espacio de los pobladores de Ortiz, como lo son: el paisaje llanero, tierra abierta y desolada, el calor, las lluvias, todos ellos connotan abandono, desesperanza, enfermedades, estela de muerte y destrucción a su paso:
Las plantas del patio, que recibieron alegremente las primeras lluvias, sufrían ahora la furia asoladora del llover sin acabar. Se doblegaron mustias las cayenas, se desnudó de blanco el jazminero, …, se fugaron en busca de azul los arrendajos y los turpiales. Entre los charcos del jardín nacieron deformes sapos terrosos (…) (1975: 64)
El tiempo y el narrador
La singularidad del inicio, un entierro, nos anuncia un mal presagio en el presente. El tiempo en Casas muertas es llevado de manera circular, inicia con el final y regresa al inicio, con el entierro de Sebastián y el éxodo de Carmen Rosa; de manera, cíclica como la historia, como la vida: pueblos que mueren, pueblos que nacen … El tiempo pasado es el referente de la vida de los pobladores, el presente y el futuro no se vislumbraban: «Hacia adelante no esperaba sino la fiebre, la muerte y el gamelote del cementerio» (1975: 8).
El narrador omnisciente nos habla a través de las voces de sus personajes, un poco ficción y otro rato realidad, al apoyarse en las referencias históricas y personajes reales que pudieron guiarnos en información: -¿Van para El Sombrero? -preguntó la señorita Berenice.-Vamos hasta donde podamos -respondió la madre-. Mi hijo es estudiante y está preso en Palenque, … Vamos a ver si logramos verlo, a preguntar si todavía está vivo. (1975: 55)
Los Miedos y el silencio
Bien, pues, en Casas muertas asistimos a los miedos y al silencio simultáneo que ahogan y queman la piel. El miedo al poder y sus represalias, el miedo al entorno de pestes y hambre que diezmaban la vida humana en ese pequeño pueblo. Ya nadie se quejaba, sus lamentos silenciosos eran los compañeros inevitables, el mecanismo de resistencia que oculta y reprime la sensibilidad, el sentido crítico y empequeñecen la acción. Ese silencio, igualmente, se observaba en los cientos de prisioneros que protestaban por una mejor vida, y quienes eran llevados a la cárcel del Palenque, cerca de Ortiz, para acallar sus protestas:
Tan solo vislumbraron el destino que les aguardaba cuando el autobús abandonó la carretera que iba en busca del mar y torció bruscamente hacia los Llanos. Entonces uno de ellos dijo simplemente: -Este es el camino de Palenque. Los demás comprendieron y callaron. (1975: 46)
Mas, sin embargo, a pesar de las muertes, hambre y desesperanza, en paralelo, se destacan la fuerza y valentía de las mujeres que no sucumbieron frente a las circunstancias. Ellas no terminaron como símbolos de ignorancia y miedo sino como protagonistas testigos de un pasado que buscaron cambiar. Muestra de esta fortaleza se representa en Carmen Rosa, la Srta. Berenice y Petra Socorro.
El despertar
Finalmente, después de la muerte de Sebastián y de muchos otros pobladores, Carmen Rosa, cuando vio que todo se había acabado, cuando ya su jardín moría, buscó la ruta de escapar para no sucumbir como los demás. De esta forma, ella, su mamá y el fiel servidor Olegario partieron hacia la nueva naciente ciudad petrolera. Los pocos pobladores que quedaron no pudieron deslindarse de los recuerdos o no pudieron levantarse y prefirieron seguir siendo arrastrados por los miedos y el silencio:
En aquel mediodía caliente y sordo se percibía más hondamente la yerma desolación de Ortiz, el sobrecogedor mensaje de sus despojos. No transitaba un ser humano por las calles, ni se refugiaba tampoco entre los muros desgarrados de las casas, cual si todos hubiesen escapado aterrados ante el estallido cataclismo, ante la maldición de un Dios cruel. Apenas, desde un rancho miserable, llegaba el estertor de un hombre que sudaba su fiebre agarrotado … A su alrededor volaban sosegadamente las moscas, moscas verdes, gordas, … única revelación de vida entre los terrones de las casas muertas. Cuando el camión pasó frente a la última pared tumbada y enfiló hacia la sabana parda, dijo doña Carmelita: -¡Qué espanto, Dios mío! (1975: 86)
Y he aquí las víctimas de la avaricia, de los desmanes, la crueldad y del falso progreso centralizado en las grandes ciudades; mientras la vida de los pueblos van decayendo por políticas desiguales y sin planificación que solo van dejando casas muertas, muertes, víctimas y el desarraigo de las poblaciones que sobreviven.
Mientras tanto, las historias vuelven a repetirse. Parafraseando el pensamiento de Cicerón: debemos conocer nuestra historia para no cometer los mismos errores, valorar el pasado y proyectar el futuro. No obstante, aún tenemos muchas Casas muertas en nuestro país y el éxodo de miles de personas que huyen del hambre y la miseria. Pero no a las grandes ciudades que progresan en detrimento de las poblaciones rurales, sino a otros países, otros continentes, empujando el desarraigo y rompiendo los lazos familiares. Seguimos viendo casas muertas y vacías que yerguen en los pueblos y ciudades como símbolos de fracaso, de los miedos y del silencio con acusaciones pesimistas que nos convierten en cómplices…
Por allá en 1990 visité Ortiz. Fuí con un apreciado amigo en son de turismo y búsqueda de botellas de refresco antiguas. Por casualidad nos paramos en una casa enorme con hechura colonial que resultó ser una bodega, sitio ideal para preguntar por las botellas de refrescos, probamos un exclente queso llanero que vendían y, en conversación con quién nos atendía nos señaló una casa para que visitáramos. Quedaba cerca a una pequeña plaza, tocamos la puerta y nos atendío una dulcísima Sra. que nos invitó a pasar y sentarnos. en nuestra conversación con ella, café incluido, nos enteramos que en la mecedora donde yo me senté se sentaba Miguel Otero a dictarle a Margot Benacerraf. Si. En esa casa verde cerca de la plaza se escribió Casas Muertas. Sabes que nos dijo la Sra. antes de irnos? …Si ven a Margot me la saludan…»
Muy interesante e importante ese comentario, recuerdos que orgullecen nuestro acervo cultural e histórico que en apariencia se tienen en el olvido. Saludos y gracias por compartirlo.