Si la I latina es la más desgraciada de las letras … puede ser. Esta es la reflexión de la Señorita, maestra de una escuela en algún lugar de Venezuela. La I latina, uno de los cuentos más populares en las escuelas venezolanas, pertenece al repertorio del libro Memorias de un venezolano en decadencia (1927) del novelista, cronista y poeta Jose Rafael Pocaterra (1889 – 1955). Sus obras son una introspección a los eventos históricos, sociales, psicológicos y morales que conforman la existencia del venezolano de la época.
La I latina conjuga lo enternecedor y conmovedor con lo caricaturesco de los personajes para denunciar la aparente moralidad que encierran los actos sociales aún vigentes en la actualidad. Por ello, el autor exhibe una mirada grotesca y desfigura a los personajes con rasgos irónicos y humorísticos, con el fin de criticar la doble moral en el accionar social. Es un cuento preocupado por la realidad de opresión social al débil, representada por la maestra que permanece en silencio, por lealtad familiar o por seguir los principios sociales y, con ello, se encuentra involucrada en la doble moral.
Pocaterra, José Rafael (1889 – 1955)
La I latina
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (2001)
En línea: https://www.cervantesvirtual.com/
Obtenido 3 de noviembre 2024
Edición digital a partir de venezuelan short stories; cuentos venezolanos, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1997, pp. 39-45.
Diez párrafos
Argumento
El autor nos cuenta de un niño de 7 años de edad quien inicia su etapa escolar. Al principio, se mostró reacio, sin embargo, luego desarrolló cariño por la escuela. Desde su natural imaginación, ingenio y debido a su afinidad de humor, logra encaminar sus primeras letras. Para él la letra I latina era la maestra por su delgadez y alta estatura. A Ramón María, hermano de la maestra, lo relacionaba con la A cuando él entraba al aula con las piernas abiertas y dando traspiés por estar “enfermo”. La letra Ñ, la asociaba con un tren y el humo que salía de la chimenea, de esta manera, gradualmente desarrolló su propio sistema de aprendizaje. Le comunicó el grandilocuente método de aprendizaje a sus compañeros, pero sin más palabras, ellos lo acusaron con la maestra. Un día Ramón María, llega “enfermo”, empuja a la maestra y ella se rompe la cabeza. El inspector escolar le pregunta a la maestra por el golpe en la cabeza, ella permanece en silencio “-No señor, que me tropecé …” (párrafo V). El niño revela el acto de violencia y a pesar que el inspector entiende que Ramón María provocó el golpe, también decide guardar silencio. La maestra se enferma y fallece al poco tiempo, dejando una huella de tristeza y dolor en la comunidad escolar y del lugar.
Personajes
Los personajes que cobran vida a través del discurso incluyen al niño. El niño utiliza su creatividad para aprender mediante analogías las primeras letras con las cuales representa a las personas de su entorno. Es el niño quien denuncia el acto inmoral que entristecía a la maestra y a los estudiantes: “-Mentira, señor inspector, mentira -protesté rebelándome de un modo brusco, instintivo, ante aquel angustioso disimule- fue su hermano, el señor Ramón María que la empujó, así… contra la pared…” (párrafo IV).
La Señorita, maestra de la escuela, paciente y entregada a su labor de enseñar. Ella encarna el papel de mujer, desvalida, vulnerable, sujeta a la violencia de género, de la autoridad y de la sociedad en general al resistir en silencio las agresiones que sufría. De manera similar, como maestra demostraba su empatía al reconocer las inquietudes de sus alumnos y ayudarles en el proceso de superar los desafíos: “… creí que iba a castigarme, pero me sentó en sus piernas y me cubrió de besos; … Alcé el rostro y nunca podré olvidar aquella expresión dolorosa que alargaba los grises ojos llenos de lágrimas y formaba en la enflaquecida garganta un nudo angustioso”. (párrafo IV).
Ramón María, hermano de la maestra, alcohólico y violento, solo su mención lograba calmar las travesuras del grupo en el aula escolar. “… veíasmole entrar tambaleante como siempre, oloroso a reverbero, los ojos aguados, la nariz de tomate …” (párrafo III).
El inspector escolar es el encargado de supervisar la labor de educación en la escuela. El principal personaje de autoridad actúa en sentido opuesto a las normas morales y éticas que revisten su profesión y su naturaleza humana. Él acepta que la violencia y los antivalores ganen terreno por omisión o porque lo consideraba como normal y se encubría con el silencio. : “-Sí, niño, sí ya sé… -masculló trastumbándose.-Dijo luego algo más entre dientes; estuvo unos instantes y se marchó.” (párrafo V).
Los compañeros de escuela reseñados de forma grotesca: “tres chiquillas feúcas, de pelito azafranado y medias listadas, un gordinflón que se hurgaba la nariz y nos punzaba con el agudo lápiz de pizarra; …” (párrafo III). Otros personajes incluyen la mamá y la abuelita. Ambas tampoco quisieron manifestar el hecho de violencia en contra de la maestra y le prohibieron al niño que lo hiciera.
Espacio físico y temporal
El espacio físico nos remite a una escuela conocida como la escuelita reconstruida por el narrador: “largo corredor, el patiecillo con tiestos, al extremo una cancela de lona que hacía el comedor, la pequeña sala donde estaba una mesa negra con una lámpara de petróleo en cuyo tubo bailaba una horquilla”. (párrafo II). La descripción nos da señales de la realidad de la historia que forma parte de nuestros recuerdos y experiencias de una época: “Ese era día de estar alguno en la sala, de rodillas sobre el enladrillado, el libro en las manos, y las orejas como dos zanahorias.” (párrafo III). Se especifica el espacio temporal con objetos y símbolos culturales de la época “un bulto, una pizarra con su esponja, un libro de tipo gordo y muchas figuras y un atadito de lápices” (párrafo I). Este espacio se vincula con la realidad del tiempo que va hacia el pasado y regresa al presente y agrega un entretejido de añoranza y anhelo.
Narrador
El niño es el narrador protagonista en primera persona, lo que sugiere una posible intención biográfica, a medida que va construyendo su propia visión de los personajes y acontecimientos que recuerda de su entorno familiar y local: “¡Yo me abracé a su cuello, corrí por toda la casa, …” (párrafo I). No obstante, es evidente que el enfoque del relato va más allá de lo biográfico, su función narrativa se fundamenta en un planteamiento moral frente a un fondo de denuncia de la fragmentación de un sistema educativo y de una sociedad que transgrede los valores morales mediante códigos de silencio por omisión o fidelidad a la familia o a las costumbres.
Doble moral
El autor nos brinda la idea en su discurso de la relevancia o su preocupación por la moral que acompaña las acciones y costumbres sociales. Las costumbres sustentadas y justificadas en una falsa adherencia familiar o colectiva que poseen conocimiento del problema. El niño desenmascara la violencia de género, pero ¿quién le puede hacer caso a un niño? La aceptación de la violencia hace difícil reconocer y denunciar su importancia. La doble moral que acusa el autor es la transgresión de valores mediante códigos de silencio por parte de los familiares y del colectivo en general.
Por consiguiente, la autoridad educativa y el colectivo tenían la responsabilidad de garantizar el respeto de los derechos de sus ciudadanos y de observar la violencia como una cuestión social significativa de sanción. No obstante, la doble moral que prevalece en estas acciones da espacio a la normalización de la violencia doméstica y a la lealtad del silencio. Esto puede fragmentar la vivencia de los valores morales en un sistema social cuya unidad principal es la familia y las instituciones educativas. Nos queda reflexionar sobre si en nuestra conciencia se encuentra la obligación de omitir acciones que perjudican a los demás o de ser voces de aquellos que no lo tienen … o simplemente aceptar lo que la abuelita le dijo al niño: “-¡Bienaventurados los mansos y humildes de corazón porque ellos verán a Dios!..”. (párrafo X)