Reseña de La hija olvidada de Armando Lucas Correa: amor, amistad, abandono y terror

Reseña de la novela La hija olvidada
4.7
(40)

He leído dos veces La hija olvidada y cada vez me resulta más interesante, afectiva y conmovedora esta crónica familiar, sacada de los detalles pocos contados de la Segunda Guerra Mundial. En ella, Armando Lucas Correa (1959), escritor y periodista cubano, conocido por su primer best seller, la novela La niña alemana, deja oír su voz a través de sus personajes de manera clara, simple y profunda al mismo tiempo, para mostrarnos episodios de amor, de angustia, de terror y de desesperanza en la lucha por la vida y la libertad entre familias y amigos. Una historia que deja muchas interrogantes y la cual no podrás olvidar.

La hija olvidada
– Armando Lucas Correa
– Primera Edición de Atria Español, Simón & Schuster, Inc.
– 6 capítulos y notas del autor
– 303 páginas
– Nueva York, 2019

En su discurso narrativo, Armando Lucas Correa, luego de ahondar en referencias históricas y hechos reales, nos retrata el drama de esta saga familiar, los avatares y sinsabores de la guerra en varios escenarios vividos por las familias Sternberg y Duval, personajes reales o ficticios. Muy especialmente, se describe el genocidio que los alemanes infringieron a los judíos y españoles en un pueblo de Francia, donde prácticamente exterminaron a casi toda la población en 1944. El libro comienza y tiene su final en el 2015 donde vamos a conocer a Elise Duval, protagonista principal. El resto del relato se sitúa entre 1933 y 1947.

La voz del autor omnisciente inicia el relato en Nueva York, 2015, con las preguntas: – ¿Es la señora Duval? ¿Elise Duval? -, la cual recibe la visita de unos parientes provenientes de Cuba. Desde allí retrocedemos a Berlín, Alemania en 1933, donde habitaba la familia judía Sternberg: el esposo, médico, Julius Sternberg y su esposa Amanda Sternberg, propietaria de una librería: «El jardín de las letras». Pronto la librería sería quemada por los alemanes y con ella para Amanda -«moría una parte de su vida». En medio de un ambiente de amor, de prohibiciones, de abusos y de limitaciones sociales nació en 1934 Viera y un año más tarde Lina.

En 1939, la Gestapo lleva detenido a Julius a un campo de concentración de refugiados, allí muere al poco tiempo, no sin antes arreglar la salida de Viera y de Lina hacia Cuba, donde estarían bajo la tutela de un tío. Sin embargo, Amanda tomó la decisión, a última hora, de solo enviar a Viera. Luego Amanda y su hija Lina viajan al sur de Francia, a un pequeño pueblo, Hauster-Vienne en Limogeo. Aquí las recibirán Claret Duval, esposa de un amigo de Julius, Danielle su hija y el amigo incondicional de la familia Duval, el padre Marcel. Estos son los personajes más importantes de la historia, más tarde se incorpora Marie – Louise, cocinera voluntaria en una abadía de refugios para niños sobrevivientes de la guerra.

Durante el tiempo que Amanda estuvo en la casa de Claret escribió cartas a su hija Viera, en ellas mostraba su amor, pena, y culpa, pero todas fueron devueltas. En 1942, la fuerza alemana descubre que en esa casa vivían unos judíos; buscan a Amanda y a su hija Lina y las llevan detenidas a un campo de concentración. Allí, Amanda tuvo que aprender a vivir: «Nada era ya blanco o negro … Había comenzado a vivir en una noche perpetua, sin contraste, sin sombras … Solo así sería posible sobrevivir … «. (p. 127). No obstante, el amor de madre se impone y Amanda se hace amante de un guardia de la alianza francesa alemana para propiciar la libertad de su hija Lina; pero se ve obligada a matar al guardia francés porque descubre que sus intenciones no eran permitir esta salida. Finalmente, Amanda logra escapar con Lina para entregarla a Claret y al padre Marcel: «Amanda iba en busca de la salvación de Lina, sabiendo que era otra hija que tendría que abandonar» (p. 169). Pero, ella regresa al campo para recibir su condena. En esa despedida, las últimas palabras que Lina exclama a su madre serían: «-mamá no me abandones».

El amor de madre aparece a lo largo de la narración, escucharemos la voz de Amanda para exaltar la pasión de una madre por sus hijas, con ello el desasosiego que traía consigo la incertidumbre de no saber si habría un mañana. Se dibuja también el amor de madre de Claret, quien protege a Elise y a su hija Danielle; por otro lado, vemos el amor de madre y padre del propio sacerdote, el padre Marcel, y no menos importante está el amor de madre de la niña Danielle, la protectora incondicional de Lina.

Comienza la nueva vida triste y gris de Lina, ocultándose, sin poder salir a jugar y mucho menos asistir a la la escuela. Su nombre fue cambiado para protegerla de los alemanes de Lina Sternberg a Elise Duval: «Para Elise, el pasado se limitaba al instante en que había despertado en los brazos del padre Marcel, el resto eran sombras. El principio era una lejana huella en la memoria, un latido del corazón, el sabor confuso del miedo» (p. 179).

No obstante, pasado menos de un año llegan los alemanes al pueblo Oradour-sur-Glane, en el Hauster-Vienne, región de Limoges y el 10 de junio de 1944 protagonizan un genocidio contra la población; una de las masacres más tristes y despiadadas de la historia de la Segunda Guerra Mundial: 642 personas fueron asesinadas incluyendo 207 niños. Elise y Danielle logran sobrevivir, pero muere Claret. Fortuitamente, las niñas son rescatadas por el padre Marcel y llevadas a una abadía de refugiados. De ahí en adelante, Danielle se convierte en la protectora de la pequeña Elise y juntas viven las vicisitudes que las envuelven. Por dolorosa que parezca, las niñas deben enfrentar hambre, abandono, miedo, en fin, todas las calamidades y limitaciones que se puedan vivir en un refugio de niños huérfanos rescatados de la guerra. Un día llegan los alemanes y descubren que alguien allí esconde armas y que también había un soldado alemán herido. Mucho tiempo después, de la voz de Elise nos enteramos de que durante el interrogatorio realizado por los alemanes y desde el miedo e inocencia, ella denunció al padre Marcel como el culpable de las heridas del guardia francés. Con este descubrimiento, los alemanes acaban con la vida del padre Marcel.

El 23 de agosto de 1944 las fuerzas francesas liberan a París de los alemanes y la guerra llega a su fin. Las niñas son acogidas por la cocinera Marie – Louise; posteriormente, el tío de Danielle escribe desde Estados Unidos para informar que podía adoptar a la niña más pequeña, Elise, aun cuando Danielle era la verdadera sobrina. En contra de su voluntad, Danielle, desconcertada y triste, acepta con pesar esa elección. Así, Elise es enviada a Nueva York, sintiendo nuevamente el abandono, el miedo y el desconcierto. Esta partida representó la ruptura del amor de las dos hermanas y amigas durante la guerra.

En 1947 Elise desembarca en Nueva York, donde tuvo que renacer a una vida nueva, con personas y una lengua ajena a su cultura. Volvemos a saber de ella en el año 2015, a sus 70 años, cuando unos familiares le llevan una pequeña caja de ébano. Esta cajita contenía unas cartas escritas en alemán por Amanda Sternberg para su hija Viera y ellas simbolizan la evidencia del amor puro de una madre, pero las circunstancias no permitieron que llegaran a su destinatario, a su hija no olvidada. Inevitablemente, cuando Elise lee las cartas, toda la herencia de recuerdos, de un pasado que no quiso renombrar le queman el corazón, con sentimientos de dolor, de culpa, por haber permitido ser la elegida y abandonar a su hermana Danielle; por haber olvidado a su hermana Viera y no menos importante por haber delatado al padre Marcel. El dolor de un duelo no resuelto sale a flote, y así ella nos informa: «-Mi nombre es Lina, Lina Sternberg-.»

La hija olvidada, quizás no se refiera a un hijo específico, sino es la metáfora de todos los hijos que los padres se vieron forzados a abandonar durante la guerra. No es el abandono del padre o la madre que conocemos en otras narrativas como la de Juan Preciado (en Pedro Páramo, Juan Rulfo, 1955) o la de Marisela Barquero, la hija de Doña Barbara (Rómulo Gallegos, 1929). Este es el abandono involuntario como un atajo de supervivencia, la única luz en el sendero que esos padres tuvieron. Aunque Viera no vivió la guerra directamente, como Lina y Danielle, tal vez ella cargó con heridas y silencios elocuentes y quizás solo haya heredado el recuerdo de un adiós en un trasatlántico; la ausencia del padre/madre/hermana se convirtieron en recuerdos inaccesibles para La hija olvidada. Se asiste así a una complicada tragedia; heridas que no se curan con facilidad, vínculos familiares rotos de raíz cuyas ramas emocionales dejan huellas imborrables.

La hija olvidada es una buena historia que atrapa la atención inmediatamente del lector; una cronología de acontecimientos bien llevados en un mismo plano temporal, con excepción del comienzo, pero que al final concurren el pasado con el presente sin perderse la temporalidad. Es un libro que lo podemos analizar desde diferentes perspectivas: del amor, de la amistad, del horror, de la culpa, de las injusticias y sobre todo, del abandono, pues a todos estos niños sobrevivientes se les arrebató el derecho de ser niños y a recrear esos recuerdos importantes de sus raíces.

He disfrutado con gran placer este libro, es una magnífica saga, entretenida, educativa, con un lenguaje sencillo que nos permite llegar a los personajes y al entorno histórico de la guerra. Por esta razón, lo recomiendo ampliamente tanto para jóvenes como para adultos. La crónica nos lleva a reflexionar sobre la crueldad y los estragos de una guerra, cargada de ambición y poder sin límites, que las víctimas no buscaron ni se merecían. La crónica también nos muestra que aún en guerra pueden prevalecer los valores éticos, morales y religiosos para defender, rescatar la vida, la libertad, como fue el caso de Claret, el padre Marcel, Danielle, Marie – Louise y otros personajes que aparecieron a lo largo del relato. Nos entristece ver cómo los pequeños debieron dejar su niñez de forma violenta y obligada y pasar a la adultez con todas las cargas y conflictos emocionales subyacentes. Desde aquí, se puede decir que todos los personajes de La hija olvidada son fáciles de comprender, querer y perdonar. ¿Qué opinas tú? ¿Qué hubieses decidido desde la posición de Amanda?

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Autor: Deysi Manzanillo

Profesora en biología, lengua y literatura, con especialización en la enseñanza de la lengua. Nativa y residente de Venezuela. Amante de la lectura.

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