Esta reseña sobre el libro “Escribirás todos los días”, por momentos, adquiere la forma de carta a su autora, Natalia Vázquez. He leído 108 textos (creo) llenos de palabras libres que comparten ciertos descubrimientos y explicaciones de la vida cotidiana. Reconforta leer tus revelaciones, tomando la forma de poema, cuento breve o microrrelato. Reconforta porque me hacen sentir que todas las palabras, todas las observaciones, todas las verdades, todas las explicaciones del mundo tienen derecho a existir. Los microrrelatos en “Escribirás todos los días” me han recordado a las agudas ocurrencias y cuentos breves de Augusto Monterroso en libros como “La oveja negra y demás fábulas” o “La palabra mágica”.
Hay en “Escribirás todos los días” un submundo personal que no es críptico sino de una sencillez mágica, a veces surreal u onírica, no exenta de sabiduría. Tampoco le falta poesía a este conjunto, por ejemplo, en el poema “¿Apagas tú la luz?”:
¿Apagas tú la luz?
Casi dormidos, al borde del silencio.
Los dedos solándose de los límites del día.
Evaporada la fuerza,
la piel suda calma.
Cuerpos rendidos
que emergerán mañana.
Dices que “Escribirás todos los días” no es un mandamiento, pero todos sabemos que sí lo es. Es un mandamiento más como en “Los diez mandamientos”; acciones sagradas para todos los días y que no hacemos todos los días. “No robarás”, pero robamos miradas, wifi, ideas y con suerte, besos (aunque sea imaginarios). “No matarás”, pero bajo mis manos caen moscas, mosquitos y todo tipo de seres espeluznantes. Ni qué decir de “No cometerás actos impuros” o de “No tomarás el nombre de Dios en vano”. No escribimos todos los días, con lo bueno que es, ergo, somos pecadores (pescadores). Repetidamente, los escritores, esa tribu, escriben sobre esta necesidad, sobre esta pulsión creadora con la palabra que nos permite ser; por ejemplo en tu poema:
Calor
Armario taciturno esperando respuesta del exterior conecta con lombardo señor de los anillos, oxidados, alambrados, deformados tras batallas retratadas al óleo acampanado de los genios.
Algunas noches hay palabras que necesitan estar juntas, sin más. Buscan el calor, olvidan la sempiterna obligación de crear sentido y se liberan, cual sujetador desabrochado a pecho hambriento, de la lógica.
También he encontrado cierta ternura en tus palabras escritas, como en el texto “Se dice que en algo hay que creer”, visiones oníricas que un día se vuelven realidad, como en “T’estimo, Sònia”, y explicaciones poéticas del día a día como en “Pequeñas traiciones cotidianas”. Se siente bien leer estas palabras no forzadas que no buscan quedar bien con nadie, autenticas, exentas de los adornos excesivos e innecesarios del ego artístico.
He tomado nota de las explicaciones, observaciones detalladas, tan propias que son íntimas, tan íntimas que se vuelven públicas, como en “El lugar donde se posa la ansiedad”, “Cada día se salvan cuatro vidas”, “El bar del yo” (uno de mis preferidos) e “Interioridades”.
Al inicio del libro ofreces un “Menú” recomendando un orden de lectura; es una forma de dar instrucciones de lectura. Y, a decir, verdad, hay algunos textos-poemas-relatos que dan instrucciones a seguir, como “Instrucciones para mirar bien los ojos”, lo cual me ha hecho recordar a las “Historias de Cronopios y Famas” de Julio Cortázar. El libro se lee rápido, sus relatos breves y prosa clara dan una sensación de fluidez; los textos se digieren bien, no son de azúcar, ni son amargos, no son laxativos, sino alimenticios, aunque a veces contribuyen a desatorar alguna que otra tara mental, cualidad propia de la poesía. Gracias.