Soñar Mudanzas no es la primera publicación de Avelino Seco, conocemos Utopía frente a la recreación del pasado (2009), Presencia pública definitiva o sal y fermento (2011), Pedro Casaldáliga: Utopía encarnada (2013), Navegando (2015), Hacia una antropología de la esperanza (2017), Soñar despiertos para cambiar la Iglesia (2021), ensayos de carácter filosófico-teológico menos su primera novela, Alfonso, Abdul y el fanatismo (2023). Todas poseen un común denominador: la defensa de la libertad de pensamiento, el rechazo de la intransigencia y la imposición, el compromiso con el crecimiento personal y el empeño por renovar viejos dogmas…, siempre sin acritud, basándose en referencias y argumentos ideológicos y humanos muy sólidos pegados a la realidad individual y social de las personas. Pues bien, algo de todo eso se percibe en, Soñar Mudanzas, una texto de carácter literario, un relato, una novela clasificada por su autor en su presentación como ‘novela teológica’, un subgénero poco conocido (hoy se habla y se leen novelas históricas, de ciencia-ficción, policíacas, thrillers…) con cuya advertencia anticipa el asunto de la misma como podemos sospechar; y, además, también la describe como una «¿FICCIÓN? NO TANTO», que, sin temor a equivocarme, se trata de una autoficción, un subgénero novelístico, calificado como heterogéneo y ambiguo, cuyo término fue acuñado por el escritor francés Sege Doubronsky en 1977 a partir de la publicación de su novela Hijos con el significado de «ficción de acontecimientos estrictamente reales» en la que el escritor coincide con el narrador pero los hechos que se refieren y los personajes que intervienen son imaginados, un género muy extendido hoy practicado por autores como Mario Vargas Llosa con su novela La tía Julia y el escribidor (1977), Carmen Martín Gaite con El cuarto de atrás (1978), Antonio Muñoz Molina, Javier Marías o Enrique Vila-Matas entre otros.
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