Hay un grupo de ensayos de Walter Benjamin que preparan o hacen de antesala de “El narrador: sobre la obra de Nikolái Leskov”. En ellos Benjamin vuelve una y otra vez a la comparación entre el relato tradicional y la novela, subrayando que esta última no es resultado de la tradición oral sino de la soledad del sujeto moderno. También profundiza en temas paralelos como el consumo de las fantasías cinematográficas de su época y su relación con la novela. La reflexión de Benjamin no es solo literaria, sino filosófica y sociológica en el fondo. Analiza cómo los cambios en las formas artísticas están acompañados de cambios en las esferas del trabajo y la técnica, algo en lo que se extiende en su texto “La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica” (1936). En sus ensayos hay nostalgia por la tradición y una crítica hacia la sociedad capitalista del periodo de entreguerras. En su vida cotidiana era consciente de la tensión económica, política, social e ideológica que llevaría a la Segunda Guerra Mundial y sobre esta base entiende que el ciudadano europeo caminaba hacia el vacío, alienado, cansado pero encantado en sueños y fantasías.
La “Psicología de las masas” de Gustave Le Bon (1895) y la “Psicología de las masas” de Sigmund Freud (1921) eran obras que seguramente conocía y que exponían muy bien la debilidad de las masas en el contexto de las nuevas industrias culturales. Benjamin, Adorno y Horkheimer, aún más estos dos últimos, leyeron correctamente que el individuo en la sociedad capitalista estaba más cansado, pero con mayor capacidad de compra y mayor entrega al ocio-entretenimiento.
Dichos ensayos sobre el narrador han sido publicados por la editorial Pre-textos bajo el título “Los ensayos sobre el narrador” (2024); se echa en falta que no hayan incluido en esta edición alguno de los ensayos de Walter Benjamin sobre Kafka. Esta breve reseña sirve para destacar algunas citas textuales e ideas centrales.
En el ensayo “Experiencia y pobreza” Benjamin trae a colación a Micky Mouse. En ese entonces ya era latente que el cansancio generalizado era una característica de la sociedad europea. Frente a esto afirma que:
“Tras el cansancio viene el sueño, y entonces no es nada raro que lo que se sueña desquite de la tristeza y del desánimo del día, y presente, ya realizada, sencilla pero maravillosa, la existencia para la que, estando despierto, faltan las fuerzas. La existencia de Mickey Mouse es uno de esos sueños de los hombres actuales” (2024: 99).
Una vez más, estas palabras resuenan en el siglo XXI. La cercanía y similitud de nuestras ficciones audiovisuales, la realidad aumentada, los videojuegos y los bailes de Tik Tok generan tanta atracción, son tan adictivos y se parecen tanto a los mundos del sueño y la ilusión, que su creciente presencia solo puede existir en detrimento de lo opuesto al inconsciente, es decir, en detrimento de nuestra conciencia. La crítica iniciada por el Escuela de Frankfurt a los productos culturales es una crítica al encogimiento de la conciencia humana por parte de la industria cultural. En el ensayo “Experiencia y pobreza” Benjamin describe la posguerra como un siniestro y caótico renacimiento, donde “los valores de la experiencia han caído”, donde hay una pobreza en experiencia, en parte, resultado de la escisión con la tradición (“¿Pues de qué vale todo el acervo cultural si no nos vincula a él la experiencia?” pregunta). Cierta nostalgia y negativismo (cierta tecnofobia, pero no por la tecnología en sí sino por la ideología) se lee en Benjamin cuando cita a Paul Scheebart, quien en su literatura se interesó en cómo los nuevos telescopios, aviones y cohetes (las nuevas tecnologías) convierten en nuevas criaturas a los seres humanos. Una idea que lanza un hilo hacia libros posteriores como “El modo de existencia de los objetos técnicos” de Gilbert Simondon o “Lo poshumano” de Rosi Braidotti.

Interesado en el relato tradicional, en el cuento, la saga, el proverbio, la anécdota, Benjamin escribió el interesante relato breve “Tortilla de zarzamoras”: un cocinero de la corte responde a su rey que no puede cocinar la tortilla de zarzamoras que su majestad comió cuando era niño y vivía una situación de peligro político, por no poder sazonar con “el peligro de la batalla y el estado de alerta del perseguido, el calor del fogón y la dulzura del descanso, la inusitada situación que vivíais y el oscuro porvenir” (2024: 54).
También se refirió a Johann Peter Hebel, poeta del dialecto alemánico, y sus historias de calendario, en las que conjuga lo prosaico, lo ordinario, lo claro y correcto con la diosa de la Revolución Francesa. Se refiere a él como un auténtico narrador. Igualmente escribió sobre Döblin en “La crisis de la novela: sobre Berlín, Alexanderplatz de Döblin”. Afirma que Döblin defiende la épica oral y que en su novela logra un “montaje” que “rompe” a la novela en estructura y estilo, y abre posibilidades épicas: ya que rebosa de publicaciones pequeño-burguesas, canciones populares, historias sensacionalistas y anuncios. El desarrollo de la novela en el siglo XX ha mostrado que ésta no es tan uniforme como Benjamin había visto. (¿Qué hubiera dicho Walter Benjamin de una novela como «Rayuela«?). En la misma línea escribió “Oskar Maria Graf como narrador”, comparando en este ensayo las historias de almanaque y la novela, la cual:
“ni viene de la tradición oral ni aboca en ella. El lugar de lugar de nacimiento de la novela es, visto históricamente, la soledad del individuo que no puede expresarse de forma ejemplar sobre sus temas más importantes, y no tiene quién le aconseje ni él puede aconsejar” (2024: 66).
En el ensayo “El terremoto de Lisboa” hay dos aspectos que conectan con los ensayos sobre el narrador: primero, recurre al relato de un inglés que presenció el suceso junto a la destrucción de la ciudad; rescata este relato “tradicional”, un tipo de crónica, algo que se puede contar oralmente. Y, segundo, después de comentar sobre la impotencia humana frente a un terremoto dice que incluso aquí la técnica encontrará medios, aunque sea a través del pronóstico.
Benjamin estaba interesado en responder por qué el arte de contar historias llegaba a su fin. Por eso su análisis cruza lo literario con lo sociológico. Ve que el proverbio está en peligro de extinción y en «El pañuelo» escribe en primera persona la ocasión cuando, estando en la costa de Barcelona, un capitán le narra una historia muy interesante. Le sirve para poner de manifiesto que “Contar no es solo un arte, es, más bien, una dignidad, o incluso, como en Oriente, un cargo. Viene a abocar una especie de sabiduría, lo mismo que, al revés, la sabiduría a menudo se pone de manifiesto como narración. El narrador es siempre también, por tanto, alguien que sabe dar consejo” (2024: 72). En ese orden, el texto «Narración y curación» brevemente comenta el efecto de la narración de la madre al hijo enfermo y el relato que el enfermo hace al médico como inicio del proceso de curación; la curación a través de la narración recuerda al psicoanálisis, en tanto que éste último ha sido llamado “la curación a través de la palabra”.
Los textos «Leer novelas» y «El arte de narrar» siguen ahondando en el contraste entre relato tradicional y novela. En el primero Benjamin comenta que leer novelas es el placer de la indigestión; las novelas son devoradas, en parte por el efecto de leer tantas experiencias pero no vivirlas. En el segundo comenta que a diferencia de la explicación de la información (en prensa), en la narración no hay agotamiento (y cita el relato de Heródoto sobre el rey Psaménito). La información es “válida” cuando es nueva, mientras que la narración no se desgasta. La narración puede guardar su fuerza durante mucho tiempo, y después es capaz de desplegarla. Tenemos muchas noticias del mundo, pero pocas historias memorables, comenta Benjamin.
En el texto «Junto a la chimenea» se refiere una vez más a que el público de una obra de teatro o alguien declamando un poema está acompañado, mientras que el lector de una novela siempre está solo. La devora como el fuego a la madera en la chimenea, dice. En todo caso, aunque novelistas, Goethe, Cervantes, Scott, Dickens, Thackeray, Stevenson o Kipling son narradores dignos de gran admiración, el lector ve en las novelas personajes en los que encuentra “el sentido de la vida” a partir de su muerte. “¿Cómo le dan a entender que la muerte ya le está esperando?” esto mantiene al lector unido a la novela. Benjamin comenta la novela “Cuento de viejas” de Arnold Bennett al final de este ensayo y termina diciendo:
“La obra está dividida en cuatro partes; la última se titula ‘Lo que aporta la vida’. Y sus dos últimos capítulos se denominan ‘Final de Sophie’ y ‘Final de Konstanze’. De todo lo que ofrece la novela, esto es lo más seguro: el final. Para decirlo no hacen falta novelas, por supuesto. Sin embargo, esta novela no es relevante porque nos presente el camino de la vida de una desconocida, sino porque ese destino, bajo la llama que lo consume, nos da el calor que el nuestro no nos aporta. Lo que una y otra vez seduce en él al lector es su capacidad profundamente enigmática de calentar con la muerte una vida que tiembla de frío” (2024: 91).
Y a qué hemos llegado. Benjamin nisiquiera llegó a ver la televisión. El consumo actual de series, aventuras, audiovisuales de acción y sexo, videojuegos, micro-vídeos emocionantes, stories y tik toks, es un consumo de abundante fantasía, cálida y amodorrante. Una sociedad del espectáculo, de la ficción, alienada, una sociedad que materializa las pesadillas de T. Adorno.
