Comida, agua y Olivia Teroba

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Quiero encontrarme otra vez con los pequeños dioses de la cotidianidad.
Olivia Teroba.

A finales de marzo de 2025 fui despedida del call center en el que trabajé menos de un mes. Por recomendación de un par de conocidos acudí a Conciliación y Arbitraje a denunciar a la empresa. El resultado: de los 45 días a los que por ley tenía derecho y que consistían en poco más de doce mil pesos, solo recibí dos mil. Para consolarme un poco, caminé a la librería Gandhi del centro histórico de Puebla a preguntar por un libro que durante un año deseé tener en mis manos y que debido a la falta de trabajo y dinero hasta ahora me animé a comprar: Dinero y escritura (Sexto Piso, 2024) de la escritora tlaxcalteca Olivia Teroba.

Me hizo bien el aromatizante que a veces se percibe desde la esquina de la calle, pero me hizo mejor que la vendedora llegara con el último ejemplar que les quedaba. El chico de la caja me preguntó si era un regalo, le respondí que no y casi lloro cuando me dijo “es un regalo para usted misma”. Si, un regalo a mí misma, por dos años de mierda: por morirme de hambre, por tener un padecimiento médico que solo se puede corregir con una cirugía en el abominable sistema de salud público, por tener trabajos horrorosos, por tener que vender mis libros y otras cosas, por recibir malos tratos de mis “amigues”. Una de las tragedias de mi vida es ser escritora y no poder comprar libros. Sabía que necesitaba ese libro tanto como mi mirtazapina o el garrafón de agua.

Me hacía falta leer esta antología de ensayos porque hay algo que Teroba y yo compartimos: la precariedad económica y financiera inherente a las ciencias sociales y las humanidades en México. El año pasado publiqué dos ensayos al respecto en el medio independiente Tlacuache Press y me resultaba urgente conocer la opinión y experiencia personal de la autora. Y lo valió. El libro no solo aborda este tema, sino que también detalla otros, como el hecho de escribir sobre las personas que nos rodean y cómo se sienten al leerse en nuestros textos. La forma y los motivos por los cuales la gente lee. La necesidad que tienen algunos seres humanos de demostrar que valen por su esfuerzo en la vida y merecen obtener cosas que, en realidad, son derechos humanos fundamentales. La manera en que una relación familiar se manifiesta tanto en las enfermedades, como en el tratamiento médico que reciben. La espiritualidad y su relación con la experiencia corporal y psicológica, las drogas y la escritura. El linaje de autores y autoras. La literatura y las artes plásticas. Asimismo, regresan dos de las obsesiones literarias de Teroba: su familia y su natal Tlaxcala, estado que alberga al volcán la Malinche y que pareciera condenado a repetir hasta el final de los tiempos el destino de la joven princesa esclava: “Yo no vendí a mi gente. Mi gente me vendió a mí”, se lee en una cita de Gloria Anzaldúa en el primer ensayo del libro.

En este trabajo Teroba dedica más de un texto para hablar de su abuelo, un profesor y ex funcionario público quien logró escalar económicamente gracias a la educación, algo que en la actualidad ya no es posible. En su forma de acumular libros, revistas, impresiones de páginas web y periódicos, podemos apreciar la forma y las razones por las cuales no solo el abuelo leía, sino la gran mayoría de las personas que leen: mera acumulación de conocimientos que le demuestren a los demás que esa persona es inteligente y valida. Teroba describe así la obsesión de su abuelo por adquirir información: “Cultivarse no solo era deseable, también obligatorio. […] Parecía más una obligación que un motivo de disfrute. […] Leía mucho, pero no estoy segura de que lo disfrutara. Lo hacía como quien cumple una manda religiosa, un deber que le otorgaría en algún momento una retribución divina”.

El abuelo de Teroba se sentía preocupado por todo aquello que desconocía, porque esta ignorancia lo desfavorecía ¿Acaso el señor aún tenía la necesidad de demostrar que ya no era el campesino, hijo de una trabajadora doméstica y un jardinero, que emigraron de la Tlaxcala rural a la Ciudad de México? ¿Aún tenía la urgencia de demostrar que se había ganado todo lo que era y tenía? ¿Temía perderlo, que se lo arrebataran? ¿Alguna vez pudo sentirse en paz consigo mismo y descansar? De la lectura se concluye que no, que el señor siempre pensaba en salvarse. Nunca fue suficiente renunciar a su identidad originaria y occidentalizarse. Y de un modo u otro se lo transmitió a sus descendientes, incluida su nieta: “La pretensión de mostrarme independiente, que en ese entonces guiaba mis acciones, ahora me parece absurda ¿Por qué admiraba tanto a quienes decían no necesitar de nadie más? Tiene algo que ver con la idea de éxito que ahora me parece insostenible; no solo a nivel económico, también emocional y planetario”.

Este empeño en despojarse de la identidad indígena, también se vio reflejada en la falta de autoestima en las mujeres de la familia, particularmente en lo que respecta a belleza femenina hegemónica, debido a que, en palabras del abuelo: “las personas feas debemos ser inteligentes”. Más adelante se hayan las consecuencias de tal afirmación: cuando la madre de Olivia supo que estaba embarazada de ella, con tan solo 18 años aceptó casarse con el padre de la autora, porque creyó que el hombre le estaba haciendo un favor y estaba segura de que nadie más la querría. En el caso de la ensayista, esta falta de amor propio se tradujo en el uso lúdico de drogas que le permitían, además de realizar reflexiones profundas, deshacerse por unas horas de los adjetivos que desde afuera calificaban su cuerpo: gorda, jorobada, greñuda, morena.

Me resulta imposible no regresar a la solapa de la portada del libro para ver la fotografía de Olivia Teroba: ¿gorda? ¿fea? ¿de dónde sacan eso? Yo veo una joven con una bella cara de niña y no encuentro el exceso de volumen corporal por más que lo busco. Hallo algo de tristeza en su sonrisa, no sé si llamarla resignación hacía los aspectos de la existencia que se saben inevitables e imposibles de cambiar, por mucho que una se esfuerce y lo intente. Tal vez cansancio, más emocional que físico. Es una foto de la misma sesión fotográfica para Un lugar seguro, su primer libro. Aquí no nos mira de frente, sino en medio perfil, pero sigue escondiendo el cuerpo con su pierna. Se nota la incomodidad, yo también odio que me tomen fotos, nunca he podido sonreír sin que me hagan reír.

Me hace pensar en un discurso de la actriz keniana Lupita Nyong’O: antes de ser famosa, estaba convencida de que era fea. Si, ella, una de las mujeres más hermosas del mundo, se sentía fea. Parece increíble, si Lupita Nyong’O se cree fea, entonces ¿cómo debemos sentirnos todas las demás? A todas las mujeres, sin excepción, nos enseñan a odiarnos, a despreciar nuestro cuerpo y nuestras características individuales. Pero no soy ingenua y sé que la razón detrás de la creencia en la falta de belleza personal tanto en Teroba, como en Nyong’O, es el racismo. En nuestro mundo, desde que el concepto de raza se inventó, la belleza hegemónica no tiene piel oscura.

A diferencia de la actriz y mi colega, yo estoy más cerca de los imposibles estándares de belleza occidentales y siempre me he sentido espantosa. Soy alta, delgada, blanca y de cabello castaño claro. Por algún motivo la gente dice que soy rubia, nunca he entendido por qué. No me siento horrenda solo porque en la primaria me dijeron que mi color de piel y mi cabello eran horribles, o porque perdí un certamen de belleza escolar en cuarto año, o porque no tuve novio hasta los 24 años, porque nunca les gusté a mis compañeros de la secundaria ni de la preparatoria. En la licenciatura comencé a gustarle a los hombres de una forma asquerosamente sexual.

No me hace sentir bella que me chiflen ni me griten obscenidades en la calle (gracias Puebla), ni que me manoseen en el transporte público o se pasen la lengua por los labios de forma tan lasciva que resulta nauseabunda (gracias Guadalajara). Mucho menos que crean que soy una muñeca inflable cogible, pero indigna de ser la novia, mucho menos la esposa. Es decir, que no merezco ser amada, respetada, ni siquiera ser considerada un ser humano con dignidad. Sé que soy bonita desde el punto de vista hegemónico, pero para mí, esa belleza es horrible. Olivia Teroba también fue blanco de violencia sexual en su adolescencia por parte de médicos y profesores. Nos agreden sexualmente no por ser lindas, sino por ser mujeres y luego lo hacen parecer un favor que nos hicieron, porque en realidad, según ellos, somos feas. No hay manera de sentirse bien con una misma cuando se recibe semejante trato.

Volvamos a la relación entre leer por obligación para “ser culto” y demostrar que se merece tener lo esencial para vivir, la cual se basa en nuestro concepto de trabajo. El trabajo es lo más importante, a lo que más tiempo y esfuerzo debemos dedicarle y todo lo que hagamos, incluso leer, debe abonar a ese trabajo. Leemos y vamos a la escuela para aprender todo aquello que nos permitirá obtener un buen empleo. Las escuelas, más que lugares donde se forman seres humanos íntegros, son centros de capacitación para futuros empleados.

Leer por placer, en este contexto, es ocio, es pérdida de tiempo. He aquí la condena de quienes nos dedicamos a la literatura: lo que hacemos no es trabajo y, por lo tanto, no merece ser remunerado. No solamente en el ensayo que da nombre al libro, en varios de ellos aparece el grave problema de la precariedad laboral de escritores y escritoras del que Olivia Teroba no se ha salvado: “Tuve que dejar la búsqueda espiritual para más tarde, porque había algo primordial que hacer: sobrevivir”.

Cuando de leer se trata, Teroba ya abandonó los libros de 400 páginas y letra diminuta para entender quién sabe qué; y prefiere ver las obras y a sus autores y autoras como un linaje, como una constelación, como esa luz que nos llega desde estrellas que dejaron de existir hace millones de años.

¿Cómo cuidar, acompañar dialogar desde la escritura? Es más: ¿cómo plantear una escritura abierta, receptiva, que tienda redes y conforme comunidades? Se me ocurre comenzar expandiendo la idea de lectura. Asumir que todo el tiempo y de múltiples formas, estamos leyendo textos, imágenes, movimientos, sonidos, presentimientos. Desde nuestros propios y múltiples centros. Y expandir también la idea de escritura: comprender que cualquier persona, en cualquier punto, puede responder y prolongar la conversación.

Al igual que Teroba, yo he realizado todo tipo de empleos para conseguir aunque sea un poco de dinero: he sido voluntaria en pruebas de medicamentos y no ha faltado quien compare eso con la prostitución. En varias ocasiones he trabajado haciendo el aseo en hoteles, hostales y locales. He sido responsable de recursos humanos, encuestadora socio económica de la SEDESOL, asistente de profesores en un CEFERESO, agente telefónica en call centers, tallerista e investigadora en proyectos de derechos humanos. Fui voluntaria, casi toda mi vida adulta, en colectivas y asociaciones civiles feministas, LGBT, de VIH y de derechos sexuales y reproductivos.

A diferencia de ella, yo nunca logré encontrar trabajo como freelance y leyendo su experiencia lo agradezco. Solo a nosotres, las personas que nos dedicamos a la literatura, nos pueden faltar al respeto pagándonos meses después de haber entregado el trabajo ¿creen que otro profesionista lo permitiría? ¿se imaginan que un dentista tuviera que esperar tres meses para cobrar por una limpieza dental o una extracción? No, a lo mucho te permite pagar unos braquets en varios pagos durante meses.

Era algo en lo que pensaba cuando se comenzaron a publicar los PECDA en cada estado ¿Por qué los y las escritoras tenemos que concursar para obtener dinero? No es que crea que mi escritura es perfecta ni mucho menos la mejor. Pero un médico no necesita ser el mejor en su rama, su tratamiento ni siquiera tiene que ser exitoso, se puede dar el lujo de fallar y de todos modos te cobra todo desde la primera consulta. No tiene que entregarte por escrito la justificación de su tratamiento, ni sus objetivos, ni el cronograma de lo que va a hacer ¿por qué nosotres sí? ¿Por qué quienes nos dedicamos a las artes, tenemos que demostrar que merecemos tener dinero para comer y pagar la renta? De nuevo regresa a mi mente el abuelo de Teroba y su obsesión con demostrar su valía y así salvarse. Sobre esta desmotivante realidad, la escritora asegura que “casi podría decirse que el campo cultural se mantiene de la precarización del trabajo de la escritura”. Ella lo dice fuerte y claro y espero que los y las involucradas lo escuchen: “la escritura es un trabajo, no filantropía”.

Novela Dinero y escritura de la escritora mexicana Olivia Teroba

Olivia Teroba habla sobre el perverso y retorcido mito del genio artístico que se vuelve popular luego de morir y yo me pregunto ¿será que eso pretenden las autoridades? ¿exterminarnos para que dejemos de ser molestas y quedarse con las ganancias de nuestra obra? Me hacen pensar en este documental de DW sobre escritores y escritoras exiliadas de sus países de origen, porque han alzado la voz para denunciar injusticias . Ni siquiera tenemos que ser rebeldes o revolucionarias, el hecho de ejercer un oficio que pone en tela de juicio la creencia capitalista de que toda labor debe ser productiva empresarial o industrialmente, ya nos pone en la mira.

¿Cómo alguien, en vez de ser empleada en una empresa, está leyendo, pensado y escribiendo sobre ello? ¿Cómo alguien se atreve a pensar otras realidades y otros mundos y ponerlos en palabras para que otres las lean? Se ha creado el mito de la lectura como actividad ociosa para despojarla de su poder transformador. Dice Teroba: “Las condiciones precarias nos dejan poca o ninguna energía para pensar realidades distintas a las que habitamos; poco a poco, perdemos la capacidad de soñar. Así la aceleración del capital. El exceso de trabajo, de información y estímulos embotan la sensibilidad”.

Mientras escribía esta reseña, vi otro documental de DW, esta vez sobre el trabajo: junto a la historia de Corea del Sur con sus extenuantes jornadas de más de 14 horas y Kuwait con empleados aburridísimos por falta de algo qué hacer en sus ocho horas laborales, están los “Ninis” de Italia. Jóvenes de ambos sexos que, seguros y seguras de que heredarán el patrimonio familiar, dedican su tiempo a vivir: a divertirse en la playa jugando a la pelota y a la fiesta. Otro italiano, un hombre de mediana edad, hijo de una especie de aristócrata, se dedica a la jardinería artística, afirmando que un ser humano no puede estar sin hacer nada, por mucho dinero que tenga y que su padre se molestó con él cuando lo vio haciendo el jardín de su mansión. Al final del video les preguntaron a unas empleadas que harían si tuvieran dinero y no se vieran en la necesidad de trabajar: se quedaron calladas, no supieron qué contestar.

Si yo estuviera en esa situación haría lo mismo que hago diario, sin tener un solo centavo: escribir. Lo único que cambiaría sería que tendría dinero para comprar libros y para viajar, lo cual implicaría que escribiría sobre otras cosas. Me inscribiría a diplomados en diseño editorial, corrección de textos y edición. También aprendería a nadar. Quien me lea desde el año 2023 habrá notado el cambio drástico en mi escritura: ya no hablo de tarot, ni de diosas, ya casi no habló de música o de libros (los tuve que vender). Ahora escribo sobre cada cosa terrible que me pasa desde que mi padre, mi principal sostén económico, murió el año pasado.

En lo que se refiere a la legendaria fama que tenemos les mexicanes de no leer ni los letreros de tránsito, Olivia Teroba habla sobre la falta de tiempo y energía consecuencia de trabajar tantas horas y de tener tan pocos días de vacaciones al año. En el mismo documental sobre el trabajo, un coach empresarial estadounidense le preguntó al narrador cuántos días de vacaciones tenía al año. El europeo respondió que seis semanas. El norteamericano se sorprendió, porque en Estados Unidos, la gente no se iría más de dos semanas. Acto seguido, una filósofa de la misma nacionalidad narra el origen puritano de nuestra adicción al trabajo: según esta rama del cristianismo protestante, solo trabajar hasta morir te salvará. De allí la culpa que sentimos por descansar. Otra vez la inquietud del abuelo de Teroba por la salvación.

La lectura y la escritura nos alejan, no solo de la salvación judeocristiana, también de la salvación capitalista. Teroba confiesa que su familia de clase media nunca aprobó su labor y esto es porque, en realidad, no están en una situación cómoda en términos financieros. Todas y todos trabajan como locos, están endeudados, descansan poco y desprecian el ocio: “Y la lectura y la escritura, a su modo de ver, son puro y genuino ocio”.

Y si a eso agregas que el trabajo artístico no es igual al trabajo capitalista, porque si eres Olivia Teroba necesitas consultar oráculos o tener una profunda meditación existencial contigo misma en un domo digital, con música electrónica e imágenes. Si eres Mary Oliver necesitas tiempo para morder lápices y garabatear y salir con tu perro al bosque a probar cómo se siente ver el mundo desde la altura de un zorro. Si eres Martin Gore y Dave Gahan, necesitas un futbolito de mesa para jugar con el productor de tu álbum. Y si eres yo, necesitas ver videos en YouTube, salir a la laguna a caminar, leer un libro y fantasear con que milagrosamente aparecen varios millones de pesos en tu cuenta bancaria. Qué indignadas se sienten todas aquellas personas dispuestas a dejar la vida en una empresa, aunque no sea suya.

Al igual que ella, yo también me encuentro en la vergonzosa posición de tener que pedirles ayuda a mis familiares para poder pagar la renta, comprar mi medicamento para la ansiedad y la depresión (el cual me permite dormir por las noches) y tal vez, comer algo. Más vergonzoso es que el gobierno y sus instituciones culturales, así como las grandes editoriales, empresas e individuos particulares que requieren del servicio de quienes escribimos, no solo permitan, sino que más bien lleven a una de las mejores escritoras contemporáneas a una situación tan desesperada, que corra el riesgo de robar comida de los supermercados.

Yo todavía no llego a eso, sinceramente el miedo a ser descubierta y arrestada me detiene. Estuve a punto de ser llevada ante la policía por un chofer de DIDI cuando le dije que pagaría el viaje en el siguiente, me retuvo en su auto media hora amenazándome. Pero sé lo que es el hambre, no es tanto un dolor físico, sino emocional. Es angustiante. He sobrevivido a base de tortillas durante semanas. He fantaseado con pasearme por los pasillos de un supermercado, llenando mi carrito, como si se tratara de un viaje exótico. Y he deseado una rebanada de pastel como si fuera el cuerpo del amor de mi vida.

Antes de cerrar el tema de la escritura y el dinero, diré algo que ya debería ser de conocimiento del público en general: las editoriales les cobran a las y los escritores por publicar sus libros. $4000 ha sido lo menos que he cotizado, con suerte pagas la mitad al firmar el contrato y el resto cuando te entregan los libros impresos. Y no te pagan el total de la venta del libro, solo un porcentaje de regalías, que no llega ni al 50%.

Pasemos a otro tema del libro que ha llamado mi atención: escribir sobre otres y cómo se sienten elles al leerse en tus textos. A su madre no le gustó para nada leerse en los ensayos de Un lugar seguro. Ignoro si la intención de Teroba fue reparar la insatisfacción de su madre, pero en el ensayo “Retrato de mi cuerpo a través del suyo” vemos la voz de la madre explicando los motivos que la llevaron a tomar las decisiones que se narran en, por ejemplo, “Obra Negra” (Un lugar seguro, Paraíso Perdido, 2018).

De la lectura del primer libro de Teroba, yo no concluyo que su madre sea buena o mala persona, ni mejor ni peor. Incluso me parece empática desde el punto de vista feminista la forma en que Teroba narra lo que le pasó a su madre con sus parejas. Creo que su vida es una muestra de una realidad que atraviesa a todas las mujeres. Muchas hicieron lo mismo que ella, así de común es la violencia contra las mujeres desde la infancia. Después de leer “Obra Negra” no me dije “qué mala madre”, sino “qué mundo de mierda”.

Cuando el abuelo le preguntó a la madre si ya había leído el libro de “Oli”, a lo que ella respondió con fastidió y dando a entender que no quería hablar de eso, me imaginé que era por detalles de la vida íntima de su hija, particularmente, de su sexualidad. Nadie quiere saber tanto de sus familiares, al menos yo no. Me sorprendió enterarme de que lo que la enfadó fue verse a sí misma a través de la mirada de su hija.

Las fundadoras de Casa Índigo, en varias ocasiones, han reflexionado sobre lo difícil que es para quienes escribimos textos autobiográficos escribir sobre nuestra familia, parejas y amistades. La madre de Teroba tiene razón: damos nuestra versión de los hechos y es sesgada. Yo la llamo nuestra verdad personal, particular e individual. Nunca será La Verdad, eso no existe. Pero eso no quiere decir que no importe o que no tenga valor.

Me acaba de suceder algo similar. Poco antes de comenzar a redactar este ensayo, la revista argentina Urbe publicó un ensayo mío, en el que hago una reflexión y una crítica del valor de la gratitud como forma de control y dominio . Esta meditación se originó en lo que me dijo una amiga, que cree profundamente en este valor y en el de la redención. Al mencionar este detalle en el texto, esta persona se ofendió, me dijo que estaba bien que yo escribiera sobre las cosas que me pasan, pero que podía herir a quienes, a pesar de todo, me estiman. Lo que dije de esta amiga, un par de frases, no es nada comparado con lo que Olivia Teroba dice de su familia o lo que yo digo de la mía.

Todes somos generadores y generadoras de violencia, conscientemente o, como diría el Chavo del Ocho, “sin querer queriendo”. Unos más crueles y sádicos que otros. Algunos más sutiles o más descarados. Y no gano nada haciendo quedar mal a otras personas. Mi intención es cuestionar el mito de la familia como el lugar más seguro y amoroso, así como valores morales que más bien son mecanismos de opresión, denunciar violencias y describir el sufrimiento a largo plazo y las secuelas, muchas veces irreparables, de estos actos. De igual modo desafío tabúes y saco de la oscuridad lo que se considera que las mujeres debemos mantener oculto y secreto.

No me beneficia proteger a nadie, pero tampoco me conviene para nada dejar mal parados a mis familiares, todo lo contrario. Corro un riesgo calculado, pero no por eso es pequeño. Nunca vamos a saber cómo va a reaccionar la gente sobre la cual escribimos, es algo que escapa por completo a nuestro control. Pero no por ello me voy a censurar o silenciar. Como lo dice Teroba:

Aquí seré más sincera que de costumbre y diré que siempre supe que ese libro [Un lugar seguro] iba a provocar algo. No sabía qué con exactitud. Impresas en aquellas páginas estaban las palabras que me habían obligado a callar desde la infancia. Mientras lo escribía, sentí muchas veces sobre mi boca la mano de mi abuela, como aquel día tan remoto cuando, siendo niña, me atreví a contradecir a mi abuelo, a poner en duda sus palabras.

Yo por mi parte, cada vez que escribo sobre la violencia de mi familia hacia mí, puedo escuchar la condena de Dios con la que me amenazaron mi madre y mi abuela materna durante toda mi infancia. Me siento maldita por Dios y cada vez más cerca del infierno. Seguido me pregunto qué pensaría la gente que me conoce a mí y a mi familia si leyeran lo que he escrito sobre ellos. Ya no hablemos de lo que pasaría si mi familia se enterara. Sería una reacción sumamente hostil. Lo que hacemos no es chisme, ni venganza, ni acusar por acusar. No se trata de traicionar, ni linchar a nadie; nos estamos arrancando las entrañas al escribir autobiografía, esperando que le sirva de algo a alguien y lograr un cambio, por mínimo que sea. Últimamente me pregunto si no estoy compartiendo demasiado sobre mí misma, me tengo que recordar constantemente por qué escribo como escribo.

Entiendo que la madre de Teroba se sintiera expuesta y me gustaría poder decirle algo que le mostrara el enorme valor del trabajo artístico de su hija, no solo para la literatura, sino para el feminismo y las luchas de las mujeres. Con suerte tal vez menos mujeres padecerán lo que Olivia Teroba y su madre han enfrentado.

Relacionados también con su madre están los problemas dentales de Teroba. Por economía y lealtad romántica, la señora llevó a la pequeña Olivia con su novio, un pésimo dentista. Ya como adulta, Teroba ha gastado tiempo y dinero en corregir lo que la ex pareja de su madre le hizo. En mi caso fue la ansiedad, producto de la violencia intrafamiliar, la que me llevó a lavarme los dientes con tal fuerza, que dejé mis piezas dentales sin esmalte y con algunas raíces expuestas. Por las mismas razones, mi sistema digestivo esta despedazado, al grado de que necesito una cirugía si no quiero pasar el resto de mi vida menstruando pus, cada vez que mi cuerpo recuerde que ya es el aniversario luctuoso de mi padre.

En mi familia también hay lealtades tacañas y durante años, el marido de mi hermana, un acupunturista y homeópata naturista, ha sido el médico de la familia. A pesar de que jamás pisó una universidad y es tan anti ciencia que, si fuera gringo, sería seguidor de Qanon y Donald Trump. Siguiendo sus consejos, mi hermana les retiró antibióticos y otros medicamentos alópatas a mis padres, evitó que acudieran con especialistas y a mí en lo particular, me engancharon a sus carísimas medicinas homeopáticas durante seis años. Tienes ese absceso por consumir lácteos, estas saturando la linfa. Esas medicinas dañan el hígado y los riñones y por eso tienes ansiedad ¿de dónde sacan esas aseveraciones? De internet. Si el abuelo de Olivia Teroba, con todo y la formación universitaria que tenía, era incapaz de discernir qué información era pertinente y cuál no, peor tantito mi carnalita y su galán con la pura preparatoria. Por cierto, casi no consumo lácteos, he ido y venido del veganismo a lo largo de mi vida adulta.

Otra cosa que compartimos ella, la tlaxcalteca y yo, la chilanga-poblana, es el gusto por los oráculos. A pesar de mi crisis espiritual, sigo haciendo tiradas de tarot para mí. La siguiente cita me recuerda a los altares y rituales que yo hacía cuando me creía una bruja neopagana:

Aprecio su materialidad: elegir las cartas, tirar runas o monedas; trazar líneas que unen signos y casas astrológicas. Me gusta la sensación de cumplir un ritual antiguo inmerso en significados que, a discreción, me voy apropiando. […] Más allá de instituciones o coerciones religiosas, me quedo con la idea de que estas prácticas atraviesan el tiempo.

Mas adelante se pregunta “si esa sensación de desasosiego y vértigo que me da al ver el firmamento es tan solo la intuición de los significados infinitos que guardan los símbolos celestes y todo cuanto habita en el mundo”. Me hace creer que tal vez algún día, podré volver a ser pagana, a pesar de que, como señala Teroba en la cita anterior, la experiencia numinosa no siempre es extática, sino que a veces también puede ser aterradora. No por nada Moisés bajó canoso del Monte Sinaí. Creo que la espiritualidad esta intrínsecamente conectada con nuestras necesidades estéticas y sensoriales y por eso no solamente la encontramos en la naturaleza, sino también en el arte en general. “Quizá la fe venga de ahí, de gestos pequeños que nos sostienen”.

Otro video de DW (les juro que no es el único medio que consulto): con motivo del reciente fallecimiento del ex presidente José Mujica, la televisora alemana publicó un documental que realizó en 2016, en el que el discurso del ex mandatario uruguayo se mezcla con tres historias: los jóvenes africanos que arriesgan la vida con tal de llegar a Europa. Las y los españoles que son expulsados de sus hogares porque ya no pueden pagar la renta. Dos amigos japoneses que, a pesar del prestigio y la estabilidad económica, son profundamente miserables, debido a que sus empleos les roban tanto tiempo, que a duras penas logran dormir unas pocas horas cada noche al regresar de trabajar.

Para Mujica lo más valioso es la vida, porque se nos escapa y el tiempo es lo más importante, porque es irrecuperable. Cuando fui despedida del call center, me hice consciente de todo lo que me estaba perdiendo por estar encerrada allí nueve horas al día. Actualmente vivo una existencia contemplativa y con todo y pobreza, no cambiaría mis tardes de primavera en la Laguna de Chapulco. O tal vez es el hambre el motivo por el que me siento como monja budista o aceta hindú en la selva, quién sabe. Ya no busco empleo diario porque me deprime muchísimo ver las mismas vacantes tecnológicas y de ventas, que te exigen años de experiencia y encerrarte todo el día a cambio de salarios de miseria. Nunca quise tener un empleo convencional, las actividades económico administrativas me parecen una muerte en vida y siempre deseé que mi existencia fuera significativa.

De eso trata el arte para mí. El arte trata sobre la vida, es la visión del o la artista sobre la vida, su forma de entender y habitar el mundo. Sobre cómo percibe su realidad y cómo logra plasmar todo eso y comunicarlo a los demás seres humanos, logrando una conexión con elles. No tiene que ser bello, ni agradable, el arte no es un adorno, ni un mero entretenimiento. El arte también puede ser incomodo, doloroso y terrible, como lo es la vida.
Por eso leo, para hacer ejercicios como este ensayo. Para conectar lo que leo con otros productos culturales que consumo, como los documentales y la música. Leo para dialogar y encontrar en las autoras palabras para explicar nuestras experiencias. Ya no leo libros académicos, porque ya no me interesa acumular datos, no solo porque no me han permitido obtener un empleo como académica o activista, sino porque saber que el patriarcado y el capitalismo son la causa de mis problemas, no los resuelve.

Olivia Teroba es una de mis autoras favoritas y valió la pena gastar el equivalente a dos o tres días de comida. Amo su segundo libro de ensayos, de principio a fin. Finalizo este texto con una cita de Alejandra Pizarnik (Poesía completa, Lumen, 2022) sobre lo feliz que me hace coincidir con alguien a través de la lectura:

La para siempre seguridad de estar de más en el lugar en donde los otros respiran. De mí debo decir que estoy impaciente porque se me dé un desenlace menos trágico que el silencio. Feroz alegría cuando encuentro una imagen que me alude. Desde mi respiración desoladora yo digo: que haya lenguaje en donde tiene que haber silencio.

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