Reseña de Cuentos de navidad de Carlota Carvallo de Núñez: la Nochebuena al infantil modo

Reseña del libro de Carlota Carvallo de Núñez: la Nochebuena al infantil de Carlota Carvallo de Núñez
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La creatividad literaria de Carlota Carvallo de Núñez nos aproxima a personajes niños de espontánea curiosidad, nos instala en una atmosfera extraña y perfila la imaginación del pequeño lector. Esta proyección fantasiosa de sus narraciones ha motivado variados reconocimientos: con «Rutsí, el pequeño alucinado«, obtuvo el Premio de la Editorial Farrar & Rinehart en 1943; “El pájaro niño” le permitió ganar el Primer Premio de Cuentos Infantiles en 1958 y por «Oshta y el duende» recibió el Premio Doncel de Literatura (España) en 1965. Publicado en 1970, «Cuentos de navidad» fue un título por el cual, en 1972, se le concedió el Premio Nacional de Fomento a la Cultura “José María Eguren” en el área de Literatura Infantil. A sabiendas de la dificultad para acceder a este libro, compartimos la presente reseña con el ánimo de divulgar su propuesta e impulsar su atención editorial.

Carvallo de Núñez, Carlota. (1970). Cuentos de navidad. Ilustraciones de Rosario Núñez de Patrucco. Lima: Editorial Peisa.

Cuentos de navidad está compuesto de diez narraciones que abordan las circunstancias opacas y felices que genera el nacimiento del niño Jesús. Temáticamente, podemos destacar dos tópicos: la imaginación infantil y las bondades de la Nochebuena. Estructuralmente, el narrador pergeña una atmósfera maravillosa a partir de hechos insólitos, milagrosos o inexplicables. Para un mejor tratamiento de los cuentos, los clasificamos en cuatro líneas: a. historias felices de navidad: “Extraña navidad”, “El arbolito” y “Los pañales del niño”; b. historias de hechos maravillosos: “La Nochebuena de Jacinto”, “Los campesinos” y “La casa iluminada”; c. historias de fantasía infantil naturalizada: “La niña del espejo” y “La niña antigua”; d. historias de bondad recompensada: “Víspera de reyes” y “El Tayta Niño”. A continuación, delinearemos la trama de cada uno de ellos.

“Extraña navidad” tiene como protagonista a Josefa, una anciana que vivía sola en una pobre casa. Entre sueños, se “traslada” a una majestuosa mansión donde la visitan sus juguetes de antaño. Ante la duda de haberlos visto en alguna vez, una de las muñecas coloridas le confirma: “¡Somos los juguetes que tuviste en tu infancia!” (1970: 14). Para eliminar la incredulidad de Josefa, el juguete sin pierna sopló sobre su frente y “ella entró de nuevo en el mundo de su niñez” (1970: 15). Estos instantes de conversación e interacción con los juguetes significan una grata e inolvidable experiencia para Josefa, por ello, al despertar “pensó que por unos instantes ésta había sido una de las más hermosas Navidades de su vida” (1970: 18). En resumen, el encuentro con los juguetes y el imaginario regreso al espacio infantil propicia que, para Josefa, la navidad signifique un momento feliz.

“El arbolito” nos remite a la afectividad de un niño hacia “su” árbol. Enfermo en cama, él se alegraba con el crecimiento de un árbol al otro lado de la ventana e “Imaginaba que su cuerpo débil y enfermizo se volvía robusto y saludable” (1970: 61). Esta algarabía era muy singular ya que “no era un árbol cualquiera, sino “¡su árbol!”, ese arbolito que había crecido para él” (1970: 61). No obstante, la feliz mirada infantil del arreglo navideño es opuesta a la percepción del adulto, pues valora el matiz material de la celebración, tal como se reconoce en las siguientes palabras del padre a la madre: “Haremos un arbolito de Navidad, como tienen los niños ricos. Colgaremos de sus ramas todos estos adornos brillantes que he traído. Verás que feliz se va a poner” (1970: 63). Al ver el “nuevo” árbol, pese a su pomposidad, el niño se mostraba disconforme, por ello, preguntaba con tristeza “–¿Por qué lo cortaron? ¡Ese era mi arbolito!” (1970: 65). A partir de la pregunta del niño, podemos reconocer que los infantes experimentan la felicidad navideña en lo simple y real antes que en los lujos.

En “Los pañales del niño”, Juanita experimenta el cambio de trato de su madrastra luego de cumplir la recomendación una hermosa señora que le dio el pañal del niño Jesús: “Si alguna vez vuelves a llorar, enjúgate con él las lágrimas y desaparecerá tu tristeza” (1970: 70). Efectivamente, al llegar a casa ocurre que su madrastra ya no es la mujer mala, “sino una persona amable y sonriente que recibe a la niña con bondad y afecto” (1970: 70). Este buen trato recibido es lo que valora Juanita como regalo de Navidad: “–¡Qué maravilloso cambio! (…) Ahora todos me quieren. ¡Todos son buenos! Me hacen lindos regalos” (1970: 71). Sin embargo, al día siguiente de la Nochebuena, el mal trato vuelve a la normalidad. En el cierre, Juanita nos recalca su satisfacción por el regalo navideño: “¡Cómo hubiera podido seguir siempre así!” (1970: 74). En efecto, Juanita anhela que la felicidad navideña sea siempre un prolongado tiempo de respeto y amabilidad.

En “La Nochebuena de Jacinto”, el protagonista proyecta “pasar” una navidad triste debido a que el padre estaba enfermo y no había dinero. Al cumplir el mandato de su madre a cobrar una deuda, Jacinto es introducido por una hermosa joven a un río maravilloso y contempla cómo “Un grupo de jóvenes bailaba alegremente al son de flautas y tambores” (1970: 22). Al volver a la “realidad”, el hecho maravilloso resulta más incomprensible y Jacinto nos cuenta: “–Salí de casa esta mañana y ahora al volver encuentro que mis padres ya no están aquí” (1970: 28). Ante el reconocimiento de su madre, su extrañeza se orienta a persuadir al lector: “¿Pero cómo es que continúas siendo un niño, mientras nosotros estamos ancianos?” (1970: 29). Por lo descrito, se puede reconocer cómo los hechos maravillosos hilan la historia y la extrañeza se convierte un modo para cautivar al lector.

En “Los campesinos”, observamos a una pareja de esposos acompañado de su pequeña hija. Ante el hambre, una mujer los acoge y les sirve un plato de papas y queso. Al despertar, los campesinos se percatan que no existe la mesa ni los pellejos de carnero sobre la que habían dormido. La pregunta de José, el padre, revela las maravillosidad del hecho: “¿Sueño? ¿Y la cena?… ¿y las papas?… ¿y el jarro de leche que nos dieron de beber?” (1970: 46). No obstante, la revelación del pastor sobre la casa intensifica la maravillosidad del suceso: “Antiguamente fue una capilla que solían visitar los peregrinos y caminantes que transitaban por estos lugares. Se guardaba en ella una imagen de la Virgen con el Niño Dios” (1970: 47). La conclusión de José, finalmente, esclarece el hecho milagroso: –¡Sí, Brígida! Tienes razón (…). Creo que ha sido un milagro… ¡Un milagro gracias al cual no hemos muerto anoche de hambre y de cansancio! (1970: 48).

En “La casa iluminada”, Lucía se pierde en la ciudad y es encontrada por una maliciosa mujer. Después de varios meses, ella no deja de preguntarse “–¿Dónde estará mi madre?” (1970: 79). En el camino de llevar una carta a un familiar en vísperas de navidad, se detuvo en la puerta de una amplia casa iluminada en cuya columna se encontraba recostada “una hermosa mujer, la que haciéndole una seña parecía invitarla a entrar” (1970: 80). Ella aceptó la invitación y fue llevada por la hermosa mujer a un barrio ruinoso y pobre. Al llegar una puerta entreabierta, se produce el hecho maravilloso: Lucía entra a la modesta habitación “en donde una mujer cosía a la luz de una vela. Levantó la cabeza para mirarla. La niña se precipitó en sus brazos … ¡Era su madre!” (1970: 81). Ellas, al enterarse que donde se encontraron no era una mansión, sino una casa en ruinas se mirando sorprendidas. La maravillosidad y opacidad del hecho se resume en la escena final: “–¡Habrá sido un sueño! … –pensaron–”. (1970: 82).

“La niña del espejo” nos presenta una protagonista que normaliza su amistad con una extraña niña. Cuenta ella que, al pasar frente al espejo, “había un rostro que no era el mío. (…). Miré otra vez asombrada y noté que la niña me sonreía” (1970: 33). Por un momento, jugaron con sus hermanos; no obstante, la madre expulsó a la niña del espejo. Al cierto tiempo, la encontró y se sorprendió al notar que era mucho más pequeña que ella. Cuando tenía quince años, volvió a cruzarse en el espejo y a conversar con la niña, aunque al ser adolescente, la complicidad se había reducido. Notamos, entonces, que esta fantasía infantil naturaliza la interacción con la ficción, no obstante, también se esfuma con el paso de los años, pues tal como le afirma la protagonista a la niña del espejo: “Todos crecen y se hacen grandes” (1970: 40).

En “La niña antigua”, un niño enfermo observa que la puerta de su cuarto se abría lentamente y que alguien se asomaba: “Era una niña la que se introducía en la habitación. Tenía el rostro mojado quizás si por la lluvia, o por las lágrimas” (1970: 52). El espontáneo diálogo nos permite reconocer cómo la fantasía infantil naturaliza lo extraño:
–¿A quién buscas? –preguntó él, mientras admiraba su larga cabellera rubia y sus ojos intensamente azules.
–Busco un anillo. El anillo de bodas de mi madre, que se perdió en este lugar …
–No encontrarás ningún anillo –respondió él–. Aquí solamente hay polvo y telarañas … (1970: 53)

Tan intensa resulta la complicidad entre los personajes que en un momento el niño le solicita a la misteriosa niña que lo lleve para que salga de la tristeza y disfrute de la naturaleza. Por supuesto, la niña decide llevarlo y el narrador intenta poner en duda la veracidad de los hechos: “¿Era su hijo aquel pobre niño consumido y pálido que yacía en el lecho? (1970: 56).

En “Víspera de reyes”, la generosidad de Juanita es premiada con los obsequios de los reyes magos. Ella, pese a sus carencias, regala una caja de cartón, su hebilla para el cabello y su cuerda para llaves a tres ancianos mendigos. Castigada por su madre, se va a dormir y en sus sueños vio que los tres ancianos “se habían convertido en tres señores ricamente vestidos” (1970: 87) y que los objetos recibidos se habían convertido en un cofre, una corona y un collar. Ellos le recuerdan el motivo de la conversión: “–Porque nos lo diste de buena voluntad, aunque eras casi tan pobre como nosotros” (1970: 88). Por tal desprendimiento, fue premiada con un rubí, una esmeralda y una perla. Al despertar y ver las piedras de colores, la niña entiende que su bondad ha sido recompensada: “¡Ya lo recuerdo! (…). ¡Son un regalo de los Reyes Magos!” (1970: 89).

“El Tayta Niño” es un cuento de inspiración popular. Vestido de mendigo, el niño dios visitó un pueblo rico y sus habitantes le negaron la ayuda. Como castigo, propició lluvias torrenciales, y el pueblo “fue convertido en una inmensa laguna y no quedó rastros de él ni de sus moradores” (1970: 92). En cambio, cuando visitó una familia pobre de otro pueblo, fue atendido con generosidad, pues “Aunque no tenía dinero, compartieron con el mendigo las escasa provisiones que habían guardado para celebrar la Nochebuena” (1970:92). La generosa hospitalidad fue recompensada con una experiencia mágica, pues la mujer, a la media noche, “En el rincón en donde dormía el mendigo, vio al Niño-Dios acompañado de dos ángeles” (1970: 33). Al final, el Tayta Niño decidió quedarse en el generoso pueblo y los pobladores lo veían frente a la iglesia. Al poco tiempo, su imagen apareció sobre el altar y desde ese momento recibe veneración.

Como se ha podido apreciar, Cuentos de navidad explora la llegada de la Nochebuena al infantil modo. En un marco de ambiente navideño, el curioso proceder de los personajes nos recuerda la fantasía con el cual los niños perciben el mundo. Precisamente, son estos personajes niños quienes valoran la navidad en tanto represente un momento de felicidad. Este imaginario infantil se complementa con la atmósfera maravillosa en la cual se conducen y, sea insólito, milagroso o increíble, el evento maravilloso justificará el paso de una realidad difícil a un instante mágico. Por supuesto, sin caer en moralidades, los cuentos también exploran los alcances del actuar bondadoso. Hace más de cincuenta navidades apareció Cuentos de navidad y, por circunstancias varias, se ha notado poco su presencia. Con la más sinceras de las intenciones, mi propósito ha sido establecer una clasificación primera de estos cuentos y compartir la magia de cada uno de ellos. Espero sea un alentador punto de partida para ir tras la estrella de estas historias.

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Autor: Miguel Ángel Carhuaricra Anco

Egresado de la escuela de Literatura de la UNMSM (Perú). Escribo cuentos y canciones para mis pequeños sobrinos. Formo parte del Comité Editorial de Fabulador, Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Actualmente, me desempeño como docente y dicto talleres sobre análisis e interpretación de textos poéticos.

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