La Trepadora (1925) es la segunda novela de Rómulo Gallegos (1884 – 1969), insigne escritor, dramaturgo, político venezolano y una de las figuras prominentes del criollismo costumbrista hispanoamericano. Sus obras son lecturas obligadas para conocer las raíces, las costumbres venezolanas y la evolución de la sociedad diversa. Sus temas atemporales siguen exaltando su compromiso histórico con el país. Por sobre todo, sus narrativas son bellas prosas, con tonos realistas y elementos del modernismo que dibujan los paisajes exuberantes y enigmáticos de la geografía venezolana, donde el hombre y los paisajes se identifican y despliegan sus acciones.
En La Trepadora, el escritor vuelca su creación literaria al tema del mestizaje como parte de la esencia del conflicto sociocultural en Venezuela. En este contexto, Gallegos defiende el valor del mestizaje como un proceso de formación esperanzadora para superar las diferencias sociales y avanzar hacia el progreso, sin alejarse de las raíces en esta construcción. De esta manera, el autor expone con cierta picardía las prácticas de protocolos de la sociedad burguesa terrateniente emergente del siglo XX en la ciudad y la vida y cultura rural, contrastados entre los protagonistas. Paralelamente, a estas imágenes y temas sociales que causan desigualdades y problemas de intolerancia racial, en La Trepadora se resalta a Adelaida, personaje femenino importante, como parte integradora entre dos fuerzas antagónicas y metaforiza con ella la convergencia al conflicto. Una lección de vida. Pues con rectitud, amor y paciencia, Adelaida, simboliza la Venezuela soñada por el autor y por muchos otros que despierta e invita al progreso en defensa de una Venezuela democrática y civilizada.
Gallegos, Rómulo
La Trepadora (1925)
En línea: Colección Bicentenario Carabobo (59) La Trepadora / Pobre Negro. http://cenal.gob.ve . Obtenido: 19 marzo 2024
Estructura de La Trepadora:
– El hombre de presa: 12 capítulos.
– Segunda parte: De la voluntad abolida: 9 capítulos.
– Tercera parte: Victoria: 12 capítulos.
297 páginas
Argumento y personajes principales
El argumento sistematiza la visión integradora del problema y su solución. Primero se enfoca en el hombre de presa, el incivilizado, el caudillo: Hilario Guanipa. El hijo ilegítimo de Modesta Guanipa, de origen mulata, y de un blanco, Jaime del Casal, dueño de la Cantarrana hacienda ubicada en los Valles del Tuy, Estado Miranda. Por sus venas corre la sangre de la casta que no perdona a sus «deudores». Llanero temerario, habilidoso, engañador, resentido por su estatus social y libre como el viento.
En la casa de su padre, Hilario tuvo un encuentro con Adelaida Salcedo, prima de los hijos de su padre, dama de la sociedad caraqueña, discreta y delicada. Hilario y Adelaida se enamoran a primera vista. Aunque Hilario comprendió que debía escalar posición social para casarse con ella. Así, comienza el camino de trabajo de Hilario para adueñarse de la hacienda de su padre con picardías y trampas para finalmente casarse con Adelaida.
La segunda parte está dedicada a Adelaida, De la voluntad abolida. La vida de Adelaida estuvo sometida y neutralizada a los mandatos y deseos de su marido Hilario. En medio del carácter impetuoso y mujeriego de Hilario nace Victoria. Pronto, Adelaida cae en cama y a punto de morir, Hilario comienza a ceder en algunos aspectos con respeto a su esposa. Poco a poco Adelaida logra imponer su carácter y a alcanzar la autonomía, tal como se lo sugirió el padre de Hilario:
«Una mano sabia, suave y fuerte a la vez, un corazón generoso, capaz de pequeños, pero continuados sacrificios, para un verdadero triunfo final…; una mujer que lo entienda y que lo salve de sí mismo, porque su mayor enemigo es su propio corazón» (1925: 73)
La última parte se centra en el desenvolvimiento de Victoria, mestiza como su padre. Convertida en una mujer hermosa: carácter fuerte, inteligente, con destrezas para la caza y el manejo de armas, sin prejuicios aparentes de identidad. Victoria pronto cambia su perspectiva de vida. Se transforma en una dama de ciudad. Quiere conquistar una posición en la sociedad cerrada caraqueña y se instala en la casa de su abuela materna. Se presenta con el apellido del abuelo paterno Victoria del Casal, en lugar de Victoria Guanipa. En ese andar conquista a Nicolás del Casal, hijo del medio hermano de su padre. Nicolás, joven criado en Alemania, con ideas modernas, ensalza las raíces, los sentimientos de identidad y de pertenencia a la tierra. Sus reflexiones invitan a volver a la tierra, a trabajar en ella y llevar con orgullo el apellido Guanipa. De esta manera, Victoria regresa a su vida rural. La familia Guanipa y del Casal encaminan sus destinos…:
—¡Guanipa! Sabe a tierra nuestra, con ese sabor áspero de fruta silvestre, llena, sin embargo, de dulzura. ¡Guanipa Oye cómo es sonoro y grato, con la melancólica sonoridad del caramillo del indio triste… Oye la historia de tu apellido, para que veas que también tiene abolengo ilustre … (1925: 281)
El personaje de Adelaida
Adelaida, mantuana de origen, proviene de una familia perteneciente a la sociedad de blancos de la época. Un personaje amable y bondadoso, disímil dentro de otras mujeres que protagonizan las novelas de Gallegos como Bárbara en Doña Bárbara (1929), Victoria en La Trepadora y Ludmila Weimar en Sobre la misma tierra (1943). Estas dos primeras actúan como esas plantas parasitarias que escalan paredes u otras plantas para estabilizar su crecimiento y posición. Por el contrario, Adelaida, representa a la mujer venezolana de principios del siglo XX. Aunque ella no es el foco principal en la novela, el autor muestra la atención en su rol femenino, como el arquetipo de las mujeres obedientes al poder patriarcal, relegadas socialmente de su crianza y cultura, amordazadas en sus deseos y gustos.
Al casarse con Hilario, Adelaida pierde su estatus y su vida cambia a la de ama de casa, regida por una autoridad machista. Aunque exteriormente muestra aceptación de los valores femeninos ancestrales, interiormente vive una lucha en contra de su voluntad abolida, el encarcelamiento y el modo de vida que le imponen:
… una conformidad absoluta, una aceptación tácita e incondicional de todo lo que pudiera ser la realidad de aquella vida a la cual la ataba el deber, y entonces, como si esta virtud le volviese el alma transparente, limpiándose de la opacidad del desencanto, una honda serenidad interior en la que se proyectaban formas plácidas de momentos de dicha y un amor que comenzaba a nacerle dentro del corazón … (1925: 108).
Narrador:
El narrador omnisciente alcanza a dar a conocer las singularidades de cada personaje, añadiendo el entorno natural en el que se mueve y su respuesta al mundo exterior. De manera similar, el narrador revela los pormenores culturales que escenifican las antiguas tradiciones del campo, así como los eventos y los rituales sociales importados de Francia y practicados en la ciudad.
Espacio:
Se distinguen dos espacios: el campo o zonas rurales, con sus bellezas naturales, las tradiciones culturales de su gente, y la ciudad de Caracas, la capital, donde converge la alta sociedad, las relaciones comerciales, políticas y las actividades sociales. La casona en la hacienda es el microespacio de Adelaida, para sus cambios y logros, no tuvo que viajar a la gran Caracas, para avanzar y conquistar. El autor ha querido llamar la atención con este telón de fondo para indicar que el viaje no es necesario para el devenir en el crecimiento y evolución.
El despertar de Adelaida Salcedo
En el relato se va construyendo una Adelaida sensible ante el transcurrir de los acontecimientos, aunque ella tiene clara su conciencia frente al sacrificio y su añoranza a su vida anterior. «Adelaida comprendió y perdonó, porque la inclinación al perdón era movimiento natural de su espíritu y porque la ruda explicación le había mostrado el fondo del alma de Hilario, atormentada también por la lucha entre lo plebeyo y lo noble que, en dramático mestizaje espiritual, alentaba en él… » (1925 : 129). Es innegable que la actitud de Adelaida acentúa el carácter machista de su esposo. Su lucha pasiva es en contra de la superioridad esclavizante de su esposo; arraigado a sus costumbres y tradiciones.
Al final, Adelaida aprende en el camino a derribar barreras y a desplegar su herencia cultural que va más allá de la raza. Esto la lleva a despertar su voluntad abolida y a confrontar la naturaleza bárbara y machista de su marido. Nos recuerda a Marisela, hija de Bárbara en Dona Bárbara, cuando Santos Luzardo le lava la cara y le despierta la conciencia, la voluntad dormida; consecuentemente, Marisela inicia un proceso de adaptación al mundo civilizado.
Ante el despertar de Adelaida ya su marido no la altera y su alma no se entristece: «… a la más leve alteración de la voz del marido, la hacían perder la serenidad y echarse a temblar, como ante una catástrofe inminente» (1925: 124 ). A partir de ahora, ella es la conciencia de Hilario, ante las infidelidades y artificios deshonestos e incivilizados -«La blanca»- tal como él le dice, está colocada en un nivel superior en la escala de valores que lo acusan.
Se cierra la idea de que Adelaida Salcedo surge como parte integradora que debe coexistir en estas ambigüedades raciales que crean conflictos innecesarios y reafirman la naturaleza de las diferencias de clases. No es el estatus social ni la raza lo que construye la fuerza y el poder sino, un diálogo abierto, justo y ejemplar sin violencia. Esto le permite a Adelaida avanzar en la conciliación de fuerzas que inhiben su evolución; es su actitud noble y justa que acusa el carácter de Hilario y demuestra que ni lo plebeyo ni lo mestizo sucumben los valores morales de los cuales él carece.
La trepadora es una novela apasionante, escrita con gran profundidad y optimismo por amor a la patria que acepta varias interpretaciones. Ciertamente, aun en los tiempos modernos Gallegos sabe tocar la conciencia de cada lector. Se siente en la novela la exaltación de los valores intrínsecos humanos y se proyecta a través de ella la feminidad (Venezuela) y la sabiduría frente a los retos sociales e históricos. El espíritu y el amor hacia la tierra como un proceso natural, social e histórico han de servir para arropar la intolerancia racial, las diferencias culturales y el mestizaje. Estos cambios dentro de una sociedad deben imponerse como actores sociales en el reconocimiento al mestizaje y como parte del desarrollo histórico y cultural, con el fin de sumar y no restar.