Un nonagenario con un deseo inmoral, pero tal vez más común de lo que se cree, es el punto de partida de la novela Memoria de mis putas tristes. Esta novela, publicada en 2004, es la última novela de Gabriel García Márquez; hay una posterior, “Nos vemos en agosto”, pero es una publicación póstuma. Memoria de mis putas tristes fue censurada en Irán y generó demandas por exaltación de la prostitución infantil en México, país donde residía el autor. No es raro escuchar la indignación en los lectores al leer estas memorias donde la misoginia y la prostitución son pan de cada día en la vida del protagonista. Por una parte, es interesante que esta ficción indigne, indisponga, genere rechazo, despierte protestas feministas y que, precisamente, se tome no como una ficción literaria sino como una crónica de la realidad. Aunque mucho se puede decir sobre el vínculo entre realidad y ficción. Por otra parte, es una novela que se lee rápido, tiene escasas 100 páginas y se nota la pluma de un autor consagrado de exquisita prosa; de hecho, contrasta la violencia de los hechos narrados con la bella manera de escribir.
Memoria de mis putas tristes
Gabriel García Márquez
Mondadori
Barcelona, 2004, tercera edición.
109 páginas.
Esta novela es la narración de un hombre mayor, periodista, escritor, lector, jubilado, llamado sabio por muchos, que quiere satisfacer un capricho sexual como autorregalo de cumpleaños; así inicia Memoria de mis putas tristes:
“El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Carbacas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás. Era algo menor que yo, y no sabía de ella desde hacía tantos años que bien podía haber muerto. Pero al primer timbrazo reconocí la voz en el teléfono, y le disparé sin preámbulos:
– Hoy sí.
Ella suspiró: Ay, mi sabio triste, te desapareces veinte años y solo vuelves para pedir imposibles. Recobró enseguida el dominio de su arte y me ofreció una media docena de opciones deleitables, pero eso sí, todas usadas. Le insistí que no, que debía de ser doncella y para esa misma noche.”
Literariamente, es interesante la construcción de este personaje; un caribeño de madre italiana, que se sabe feo, que se dice a sí mismo haber sido un mal profesor, que es tenido como intelectual, que ha contado hasta los 50 años haber estado con 514 mujeres, frecuentador de casas de lenocinio, y que a sus 90 años confiesa: “nunca me he acostado con una mujer sin pagarle”. La narración no es dramática ni pesimista, por lo cual al inicio de la novela se pierde de vista que el personaje es simplemente un hombre solo que no ha conocido el amor. La administradora del burdel le dice que ha conseguido a una niña virgen de 14 años. Cuando él llega, encuentra a la doncella dormida y él solo consigue quedarse dormido a su lado. Entonces lo intenta otra noche y vuelve a dormir pacíficamente junto a ella… la doncella duerme y él le canta aquella balada que habla de la joven Delgadina y su rechazo hacia las insinuaciones incestuosas de su padre. Como consecuencia decide llamar a la virgen “Delgadina”, evitando conocer su nombre real (una muestra más de la cosificación que ejerce). A los 90 años descubre que es la primera vez que se ha enamorado. “Me volví otro” afirma el personaje. El personaje presenta un perfil psicológico del que mucho se podría decir y que plantea diversas preguntas: ¿cómo se vive el deseo sexual de un hombre nonagenario en relación a las mujeres de distintas edades? ¿Han sido los hombres de la tercera edad clientes de los prostíbulos? ¿Los hombres ancianos tienen nostalgia por la sexualidad de su adolescencia? ¿Es lícito que alguien así se enamore realmente de una adolescente?.
Rosa Carbacas le propone otra chica: “te tengo vista otra un poco mayor, bella y también virgen. Su papá quiere cambiarla por una casa, pero se puede discutir un descuento” (2004: 62). Pero él no quiere otra virgen diferente, solo a “su” Delgadina. La novela hace un retrato de lo que usualmente se llama “un viejo verde”: un personaje en el que paternalismo, explotación sexual, violencia económica y sentimentalismo se encuentran. Gabriel García Márquez es conocido por el realismo mágico, pero no se podría decir que esta novela haga parte de ese saco. Aunque tiene mucho realismo, carece de lo mágico, más bien, es kafkiana: el personaje vive una situación absurda que es tomada como normal ¿o es “Delgadina” la que vive la situación absurda normalizada? Temáticamente la novela es sobre la vejez, la prostitución infantil y la pobreza. ¿Se podría decir que también es una novela sobre el amor o sería un poco forzado?
El personaje es un viejo que tiene una nostalgia sexual y tal vez la frustración del amor. Es verdad que Memoria de mis putas tristes (ya el título lo deja claro) es un cuadro machista y de explotación sexual infantil. No obstante, la novela desenmascara sentimientos y deseos que tal vez muchos ancianos tienen: gritar internamente y callar públicamente. Y, en general, la nostalgia de la vejez, el viaje en el tiempo imposible: volver a ser un cuerpo joven, sino en las carnes, por lo menos en los sentimientos. De hecho, el autor ha construido al protagonista como a un adolescente de 90 años.
Como se ha comentado antes, aunque es una obra liviana, de lectura rapidísima, con cierta intención poética pero con un desarrollo poco interesante, se nota la pluma de un escritor curado como Gabo. Es uno de esos libros que las editoriales jamás publicarían a un escritor primerizo, pero que a un escritor consagrado, superventas, se lo pueden permitir. Hace recordar a aquella regular tirando a mala novela de Milan Kundera, todo un fast food literario, “La fiesta de la insignificancia”. En el contexto de la literatura de autores colombianos tal vez lo último que cabría decir es que no es una novela más sobre los tópicos conocidos del narcotráfico, el indigenismo, los sicarios o la guerrilla.
Excelente reseña.
La novela en sí es una realidad universal.
La prostitución es el arte necesario de sobrevivencia en muchos lugares y contextos; pero también es un oficio voluntario y muchas veces forzado.
Mas, la reseña tiene cierto sesgo de prejuicio que destiñe la pluma literaria.