Análisis breve de El narrador y otros ensayos de Walter Benjamin

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Walter Benjamin (1892 – 1940) escribió el célebre ensayo “El narrador: sobre la obra de Nikolái Leskov” (1937), contrastando la “narración tradicional” con el género de la novela y engalanando las cualidades de Leskov como narrador (artesanal).  “El narrador” es un ensayo de lectura obligada para los estudiantes de teoría literaria, aunque el trasfondo de este texto es filosófico y sociológico. Frente a lo anterior y a la vigencia del pensamiento de Benajmin, este breve repaso busca subrayar algunas ideas centrales y citas textuales. Walter Benjamin detecta que en los años 20 y 30 del siglo XX las formas tradicionales del relato (cuento, parábola, proverbio, crónica, entre otras) estaban en tensión con un género más nuevo: la novela. Mientras los primeros decaían, la segunda ascendía. Ya desde el siglo XIX la novela ganaba más y más popularidad en Europa, consolidando su preferencia en las primeras décadas del siglo XX. No obstante, otra forma de “contar”, de “narrar”, ganaba aún más notoriedad por encima de la novela y Benjamin subrayó su viralidad: se trataba de «la información”, es decir, la información periodística y la prensa, que por entonces se imponía como el contenido comunicativo más consumido. El tema de la información como forma de contar industrializada tiene un marcado paralelo con su otra obra “La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica” (1936), en la cual Benjamin desarrolla mucho más las implicaciones de la técnica y la industria sobre las formas de producción artesanales. Pero antes de publicar esa obra y el ensayo “El narrador: sobre la obra de Nikolái Leskov”, Walter Benjamin había escrito otros ensayos (entre 1926 y 1936) en los que ya denunciaba que la figura del narrador y el relato tradicional desaparecían en su época: eran décadas de entreguerras en las que la crisis del 29 y el desarrollo industrial marcaban el rumbo de la sociedad. Benjamin ve en la novela el lugar donde, el ciudadano europeo vacío y alienado por el periodo de entreguerras, encuentra el cálido “sentido de la vida” que no encuentra en su propia fría existencia (palabras de Benjamin).

Todos estos ensayos sobre el narrador han sido publicados por la editorial Pre-Textos bajo el título “Los ensayos sobre el narrador”. Esta edición tiene la virtud de publicar junto a los ensayos de Benjamin, aquellos que él cita en sus escritos: “Silencio y espejo” de Ernst Bloch, “El juguete del gigante como leyenda” de Ernst Bloch, “Los bordados de Marie Monnier” de Paul Valéry, “De la teoría de la novela” de Georg Lukács, “De la tristeza” de Michel de Montaigne, “De la historia” de Heródoto, y “Del cofrecillo del amigo de la casa renano” de Johann Peter Hebel.

LOS ENSAYOS SOBRE EL NARRADOR
Walter Benjamin

Edición e introducción de Samuel Titan
Pre-Textos. Valencia. 2024
189 páginas

Sobre el narrador

Es elucidador considerar que Walter Benjamin estaba interesado en los géneros de narración tradicionales como el cuento, el cuento de hadas, el relato de almanaque, el proverbio, la parábola, la poesía, la crónica, entre otros similares. Cuando afirma, un poco negativamente, que “el arte de narrar está a punto de desaparecer” se refiere primero a los relatos orales, y después a los escritos. Según él, la causa era una lamentable “crisis de la experiencia” en su época: Benjamin observa que la gente estaba alienada por el trabajo (en un contexto de creciente industrialización) y la Gran Guerra y las crisis no dejaban mucho que contar. Era testigo de una avalancha de novelas convencionales y memorias de guerra, pero a las formas tradicionales de contar las veía en peligro de extinción. ¿Por qué interesaba a W. Benjamin esos relatos tradicionales? Él mismo no dice que le interesaran por una razón específica, pero sí destaca una y otra vez que el cuento y todas esas formas de relatos están cargados con cierta sabiduría, cierta capacidad de aconsejar, cierto gatillo que dispara la reflexión en el lector y el escucha, cierta moraleja. En contraste, la novela y las noticias abandonan al lector y al escucha a su solitaria suerte. Muchos expertos han restado importancia a esta perspectiva diciendo que Benjamin se hace un lío intelectual y simplemente no ve que lo importante es la calidad y potencialidad del relato, ya sea un proverbio, una canción, una novela o una noticia, y que algo así como “la calidad” es más determinante que el género literario.

Personalmente creo que una lectura atenta de los textos de Benjamin revelan que todas las formas de relato están sujetas a influencias sociales y que su intercambio y reproducción dan cuenta del “ambiente” social y sus circunstancias. Los cambios en las formas artísticas junto a los cambios en las esferas del trabajo y la técnica es el fenómeno de fondo que estudiaba Benjamin. Afirma que:

 “hoy empieza a sonar anticuado lo de “dar consejo”, se debe a que cada vez se comunica menos la experiencia. En consecuencia, ni nosotros ni los demás sabemos qué consejo seguir. El consejo no es tanto la respuesta a una pregunta como una propuesta relacionada con la continuación de una historia (que justo se está desarrollando). Para recibirlo, primero y ante todo, habría que saber contarla. (Prescindiendo por completo de que una persona solo es receptiva para un consejo si sabe expresar con palabras la propia situación). El consejo, entreverado en el tejido de la vida vivida, es sabiduría. El arte de contar se acerca a su fin porque la faceta épica de la verdad, la sabiduría, se extingue” (2024: 106).

Concluye que en la sociedad industrial (de su época) ya no hay mucho espacio para los cuentos tradicionales, es más difícil que la sabiduría y los consejos inherentes a estos relatos tengan lugar. En este orden de ideas, estos ensayos sobre el narrador tienen ese punto negativo característico de la Escuela de Frankfurt y creo que también se lee cierta añoranza romántica por el pasado. Los ensayos de Benjamin también tienden un puente muy interesante con el siglo XXI, donde las abundantes y nuevas narraciones de las redes sociales, ahora coloreadas con IA, nos vienen por millones y millones, pero repitiendo solo un puñado de moldes, un puñado de experiencias; virulentas como son, acaparan todo el escenario y atención, impidiendo la emergencia y visualización de otras historias y experiencias. Se podría decir que hoy, al igual que en el periodo de entreguerras, se vive una crisis de la experiencia.   

En el ensayo “El narrador: sobre la obra de Nikolái Leskov” se afirma que, al parecer, la capacidad de intercambiar historias o experiencias nos la estuvieran quitando, aunque eso parecía inalienable (¿se podría decir lo mismo de hoy en día?) … la sociedad de Benjamin venía de una fatídica Primera Guerra Mundial de la cual la gente volvió muda o trastornada. Es conocida la desilusión que la guerra había sembrado en Europa, por ejemplo, expresada en el movimiento dadaísta; el contexto social hacía que, según Benjamin, “cada vez es más raro encontrar personas que sepan contar algo como es debido” (2024:102). Para él “La experiencia que va de boca en boca es la fuente de la que han bebido todos los narradores” (202: 103) y que, en el contexto de su época, se veía frenada y reemplazada por otra experiencia: ya no el boca a boca, ya no el acto comunitario de contarse historias, sino la experiencia de estar solo, escindido de alguna forma del acervo cultural del pasado, solo y en conflicto con la tradición. Esta soledad sería la cuna de la novela moderna, el individuo en su soledad es su lugar de nacimiento, afirma.

En la introducción de la edición citada Samuel Titan señala que para Benjamin el auge de la novela tiene que ver con “la ruptura de una tradición que deja al individuo – y al lector de novelas – solo, privado de “consejo” y abandonado a sus propios recursos para encontrarle sentido a la vida” (Samuel Titán, 2024: 18). Esta idea hace eco del concepto “crisis de los meta-relatos” del filósofo, posterior a Walter Benjamin, Jean-Francois Lyotard. Tal vez Benjamin ya veía venir que las grandes doxas que dieron seguridad al pueblo en el pasado perderían más y más peso, generando grandes vacíos existenciales en la población. También cita a George Lukács diciendo que éste vio en la novela “la forma de la trascendental carencia de patria”, insistiendo con esto que el novelista no recibe ningún legado, que escribe en y desde la soledad.

Relato tradicionalNovela moderna
Memoria colectivaRecuerdo personal
De boca en bocaCreación en soledad
Vemos su ocasoVemos su auge
“Moraleja de la historia”Buscar en soledad “el sentido de la vida”
DidácticoIntrovertido
Puede ser oral o escritoNo puede prescindir del libro
El narrador trabaja con la experiencia transmitidaNi procede de la tradición oral ni lleva a ella
Memoria placentera del narradorMemoria perturbadora del novelista
El relato está dedicado a muchos sucesos dispersosLa novela está dedicada a un héroe, una odisea o un combate
Puede preguntarse cómo siguió despuésNo hay nada más allá de su final

Benjamin no ignoraba que la novela como género venía de mucho antes del siglo XIX y que El Quijote o las obras de Goethe como Las penas del joven Werther o El Fausto, aunque novelas, representaban todas las virtudes de la “narración tradicional” o del narrador al que se refiere en su ensayo. “La novela empezó a salir de las entrañas del poema épico” (2024: 121). Tampoco decía que la pretendida extinción de la sabiduría contenida en la narración fuera producto de la modernidad, sino que era producto de un proceso más antiguo.

Sobre la información y la prensa

Frente a la comunicación concreta y específica que es la información en la prensa, y de su búsqueda de explicaciones, Benjamin resalta el carácter amplio de la narración, que puede usar la exactitud pero que no busca la explicación, no concluye con esta. Mientras la noticia se agota en el día a día y sus explicaciones tienen fecha de caducidad, los relatos no son tan efímeros, todo lo contrario, perduran de generación en generación, y están abiertos a múltiples interpretaciones.

Este punto de la tesis Benjamin mezcla poesía y claridad, a mi modo de ver, porque enseña que el relato tradicional, al no agotarse en una explicación inequívoca, permanece fértil a lo largo del tiempo; para demostrarlo toma como ejemplo el texto “De la historia” de Heródoto en el cual se narra la historia del rey egipcio Psaménito. Dice Benjamin que este tipo de narraciones “conservan su fuerza germinativa” así como las semillas guardadas en las viejas tumbas egipcias, que después de miles de años guardadas en un sarcófago aún pueden brotar. Lo corrobora citando el ensayo “De la tristeza” de Michel de Montaigne en el cual ofrece varias interpretaciones del suceso del rey Psaménito y aquello que el persa Cambises le hizo vivir. Que el narrador no lo explique todo ayuda a que el oyente tenga que prestar más atención y que por esto mismo el relato sea asimilado y se fije en la memoria. Recuerda que Mnemosine, la diosa griega de la memoria, es también la madre de la musa de la épica.

Sobre el aburrimiento, el sentido de la vida y la muerte

Algo interesante dice sobre el aburrimiento: que las actividades artesanales vinculadas con el aburrimiento permitieron la narración tradicional, y que esas actividades también estaban desapareciendo con la tecnificación. El relato floreció en el ámbito del oficio artesanal. Subraya que el “aburrimiento” es necesario para relajar la mente. Es bien sabido que los filósofos de la Escuela de Frankfurt hacen una crítica a la industria cultural, la cual tiene por bandera el entretenimiento, todo lo contrario al aburrimiento y la contemplación relajada (sin chutes de dopamina). Lo que subraya Benjamin es el vínculo entre las formas de trabajo (y los modos de producción) con las formas de arte y su consumo. No hay que perder de vista la base marxista de la Escuela de Frankfurt.

También ve que la idea de la muerte perdía “fuerza de expresión en la conciencia colectiva” ya que en el proyecto burgués de sociedad la idea, como concepto, se había llevado a la periferia. Es bien sabido cómo el proyecto moderno exalta la vida, la vitalidad y la lozanía, al tiempo que esconde la vejez, la decrepitud y la muerte. Diversas ideas, espacios, diversiones y proyectos florecieron alejando la idea de la muerte de los ciudadanos (todo lo contrario a lo que expresa Montaigne en su conocido ensayo “Que filosofar es prepararse para morir”). Pues bien, Benjamin afirma que el narrador ha tomado prestada su autoridad de la muerte, porque el relato es algo que viaja de narrador en narrador; simplemente exalta la vigencia de la transmisión oral frente a la mortalidad del individuo. Esta idea necesitaría más desarrollo.
Por otro lado, afirma que en la novela el lector tiene que estar seguro de que llegará a ser testigo de la muerte, que el “sentido” de su vida solo se hace patente a partir de su muerte. Esto se entiende considerando a la novela como un relato extenso en el que el héroe vive un camino “épico” con un desenlace que lo lleva a la muerte, o a cierta muerte, a un final en todo caso.

El ‘sentido de la vida’ es, en efecto, el punto central en torno al cual se mueve la novela. Pero la búsqueda de ese sentido no es sino la mera expresión de la perplejidad con la que su lector se ve a sí mismo situado en esa vida escrita. Aquí “sentido de la vida”, allá “moraleja de la historia”: con estas consignas se enfrentan la novela y el relato, y de ellas se puede deducir el rango histórico completamente diferente de esas formas de arte” (2024: 124).

Benjamin cita una frase de Moritz Heimann al hablar de la novela: “Un hombre que muere a los 35 años es en todo punto de su vida, un hombre que muere a los 35 años”. Benjamin corrige y dice que “un hombre que ha muerto a los 35 años será, en el recuerdo, en cada punto de su vida, un hombre que muere a los 35 años. Afirma que:

No se puede representar mejor la esencia de la figura de la novela como ocurre en esa frase. Dice que ‘el sentido’ de su vida solo se hace patente a partir de su muerte. Ahora bien, el lector de la novela busca realmente personas en las que pueda comprobar el ‘sentido de la vida’. Por eso, de una manera u otra, tiene que estar seguro por anticipado de que llegará a ser testigo de su muerte. Si es necesario, en sentido figurado: el final de la novela. Pero mejor en sentido propio ¿Cómo le dan a entender que la muerte ya los está esperando, y una muerte determinada y en un lugar determinado? Esa es la pregunta que fomenta el voraz interés del lector por el acontecer de la novela.
Así pues, la novela no es importante porque nos presente un destino ajeno que posee un carácter aleccionador, sino porque ese destino ajeno, debido a la llama que lo consume, no da el calor que nunca nos aportaría nuestro propio destino. Lo que arrastra al lector a la novela es la esperanza de calentar, con una muerte sobre la que está leyendo, su vida estremecida de frío.
” (2024: 126).

Estas palabras tienden un puente hacia el futuro porque también cobran sentido con los consumidores de cine, series, dibujos animados, comics y videojuegos, es decir, la mayoría de la gente. El ensayo sobre el narrador, por supuesto, también es un ensayo sobre el lector, es sobre la producción y también sobre la recepción.

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